lunes, 22 de diciembre de 2008

La Aldea de San Nicolás- La finca de Castañeta


Higuera de higos blancos
La finca de Castañeta es un lugar entrañable, del que tengo muchos recuerdos. Desde pequeño estuve muy relacionado con ella.
Se encuentra situada entre el Barranco de Tejeda - La Aldea, y una cadena montañosa.
Los primeros recuerdos que tengo es cuando caminaba con mi padre entre los tomateros, que ya estaban "amarrados al burro", esto quiere decir que se encontraban ya a la máxima altura. Yo iba delante de él. De buenas a primeras miraba hacia atrás y ya no lo veía. Mi alma daba un vuelco, de miedo. Yo gritaba llamándolo:

-Papaaaaaa

Y el aparecía siempre sonriendo:

-Estoy aquiiiiiiiii.

Y así se repetía una y otra vez hasta que me di cuenta que era un juego entre ambos.

Finalmente llegábamos a una enorme higuera de higos blancos que me parecía un gigante de grandes brazos. Bajo su sombra nos sentábamos a comer unos deliciosos higos.

Durante la zafra del tomate se cosechaba mucha fruta que era recogida por los camiones en grandes cajas. Terminado el periodo de los tomates se plantaba millo (maíz).
Siempre se recogía gran cantidad de piñas, mazorcas. Luego se hacían juntas entre los medianeros, vecinos y familiares para desgranar el millo.

Una vez me pareció tan enorme la cantidad de piñas que le dije a mi madre:

-Mamá, mamá, papá es rico.

-¿Y de qué, mi niño? -Me preguntó ella.

-Yo, feliz, le respondí:

-De palotes (llamados carozos, piezas que quedan tras desgranarlas).

A un lado de la finca mi padre construyó un hermoso gallinero del cual estábamos todos orgullosos. En cierta época se escuchó que había un ladrón de gallinas rondando por el pueblo. Yo, ni corto ni perezoso, me fui al gallinero y clavé unos palitos delante de la puerta para que el presunto ladrón no pudiera abrirla para robarnos las aves.

Gracias a Dios que aquel sujeto no apareció por allí.

¡Bendita inocencia!
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Foto tomada de la Red

domingo, 14 de diciembre de 2008

Vamos a la playa

Al fondo El Roque, al final de la playa hay una cueva donde siempre nos situábamos.

En verano mi padre nos solía llevar a la playa con su camioneta, que usaba para recoger los tomates de las fincas y llevarlos al almacén. Nada más saberse que él preparaba el viaje, invitábamos a algunos primos, amigos y vecinos.

Siempre nos situábamos por la zona de El Roque. Llevábamos bocadillos de tortilla, de queso y de sardinas en conserva, en aceite o en tomate.
Almorzábamos en la sombra del gigante roque. Luego, mientras los mayores descansaban o charlaban, nosotros jugábamos en la orilla de la playa o en el agua.

Cerca de El Roque se había establecido una Destilería de ron que llamábamos el Alambique, de los Rodríguez Quintana. Fabricaban un ron de alta calidad.
Una vez habían arrojado los restos de la caña de azúcar, después de haber extraido el jugo, al camino por donde pasaba la camioneta. Con la fermentación de los restos desprendía un mal olor impresionante, de tal forma que todos los chiquillos, con los dedos tapándonos la nariz, empezamos a cantar:

- Fo, fo y siempre fo.
- Fo, fo y siempre fo.
- Fo, fo y siempre fo.

De esta forma llegamos cantando la canción hasta el pueblo debido al mal olor, pues se habían quedado restos en las ruedas.
Durante muchos años, cuando había algún mal olor siempre cantábamos la misma canción, recordando aquella situación que, después de todo, fue divertida.
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La foto me la regaló mi amigo Paquito.
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miércoles, 10 de diciembre de 2008

La promesa

De pequeños tenemos conceptos arraigados, ya sea por tradición familiar o por educación. Es el caso de las promesas.

Recuerdo que los mayores las ofrecían si mejoraba la salud de algún familiar o si tenían éxito con algún proyecto o gestión importantes.

Algunas personas ofrecían asistir a misa durante tres meses, días tras día. O avanzar de rodillas, en la Basílica del Pino, desde el pórtico hasta postrarse a los pies de la Virgen.

Y así podríamos enumerar numerosas promesas y los distintos motivos que las sustentaban.

Los niños no estábamos ajenos a esta tradición.

Recuerdo que una vez mi amigo Paquito y yo prometimos ir, si aprobábamos el curso, durante los meses de verano, dos veces en semana, hasta una cruz situada detrás de unas montañas.

Cada vez partíamos contentos a cumplir nuestro deber, provistos de un bocadillo y una cantimplora de agua. Después de dos horas de recorrido, llegábamos y rezábamos unas oraciones, y seguidamente nos volvíamos contentos por el deber cumplido.

Una vez hubo desacuerdo con el día en que debíamos ir a la cruz. Yo no quería ir y él se negaba a modificar el plan previsto.

Mi amigo se empeñó tanto que decidió ir solo. Yo no lo creía capaz, pues era un lugar muy lejano y solitario adonde teníamos que ir. Así que partió, pero yo le seguí a la distancia, sin ser visto.

De esta guisa anduvimos todo el camino y cuando llegamos a la cruz me acerqué a saludarle.

-Paquito, te iba siguiendo y tú ni te percataste- le dije.

-Eso crees tú, desde el primer momento vi que me seguías, pero me hice el desentendido- me contestó.

Otra vez prometí ir a misa cada día, de forma consecutiva, durante un mes, por haber aprobado, pero como ésta se decía a las 7 de la mañana, era fácil que me saltara un día, por lo que se invalidaba la serie y tenía que empezar de nuevo.

Como vi que era muy difícil cumplir aquella promesa, le escribí al Papa para que me la perdonara o para que me la conmutara, puesto que yo había leído que él tenía la facultad de hacerlo.

Del Vaticano me contestaron que lo tratara con mi párroco que él me daría la solución.

Me decepcionó la respuesta del Papa.

Al final creo que ni hablé con el párroco, ni cumplí la promesa.
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jueves, 27 de noviembre de 2008

Mi amor platónico

Hay amores que son para toda la vida. Otros que se van quedando en el camino por diversas circunstancias.

Yo tuve un amor platónico que marcó mi niñez y mi adolescencia.

Ella era una preciosa niña de ojos azules, tez muy blanca, sonrisa angelical y vestidos de princesa.

Los primeros recuerdos son de sus visitas a mi casa, a jugar con mis hermanas, tal vez tendríamos tres o cuatro años. Lo hacía con frecuencia, pues era una vecina muy cercana. Sin embargo, yo me dedicaba a jugar al fútbol.

A esa edad nos metimos una vez en un armario y, tomados de la mano, nos dimos un besito. Pasó el tiempo y yo vivía para verla, solo de lejos, pues era muy tímido.

A los siete años ella ingresó a mi misma escuela, que era solo de niños, pero su papá, que era el maestro, le cambió el nombre, de María, pasó a llamarse Mario, para que pasara desapercibida en las listas de clase.

Un año más tarde sucedió algo que me podría haber marcado para toda la vida.

En octubre, tiempo después de que habían empezado las clases, después de un largo verano, una mañana temprano, y sin mediar palabra, mi maestro, y padre de mi linda enamorada, me dio una paliza descomunal en la escuela y, para terminar, me puso de rodillas con los brazos en cruz.

Yo no sabía a qué era debido aquella tremenda agresión. Pero todo se desveló tiempo después cuando ella me comentó que se había quejado a su padre de que yo le había "dicho cosas" durante aquel verano. Lo cierto es que yo nunca supe qué fue lo que le dije, dónde, ni cuándo. Ni si fue cierto o no.

La brutal paliza no me dolió, pero me partió el alma que hubiera sido por la intervención de mi amor platónico.

Luego seguimos estudiando juntos en el Instituto de Secundaria y Magisterio. Seguía amándola, escribiéndole poemas que alguna vez los leyó y sabía que eran dirigidos a ella, pero nunca tuve el valor de hablarle y manifestarle mis sentimientos.

Con su padre siempre mantuve una cordial relación, pues el mío fue su socio y me mandaba a su casa a llevarle algo o a darle algún recado. Eso lo aprovechaba para verla y siempre mi corazón latía desbocado. Luego él y yo fuimos colegas de profesión, pero nunca se tocó el tema de la paliza, ni con ella tampoco.

Posteriormente estuve saliendo con algunas chicas y ya se me pasó ese amor tan desatinado hacía la linda niña de ojos azules.

Fue un tiempo precioso, en que entre los poemas, las miradas, el corazón desbocado y el inmenso amor que le profesaba marcaron los primeros años de mi vida.

A pesar del inmenso dolor que supone un amor de esta naturaleza...

¡Fui feliz amándola a la distancia!
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Foto Google


sábado, 22 de noviembre de 2008

Excursión a Los Palmaretes

En aquellos tiempos había un sacerdote en La Aldea de ideas modernas y de carácter abierto y dicharachero, don José Perera.

Él había reunido a unos chicos a los que preparaba para entrar en el Seminario. Pensábamos que era un grupo de elite, siempre bien vestidos, y que el cura les invitaba a merendar exquisitos manjares, nunca vistos en nuestras humildes casas.

Un día nos enteramos que se iban de excursión con él a Los Palmaretes, un hermoso palmeral con abundante vegetación, en las afueras del pueblo.

A alguno de mis amigos mayores se le ocurrió que podríamos seguirles, sin ser vistos, y que a la hora de comer les lanzaríamos flechas que se clavaran en el pan. ¡Qué imaginación infantil!

En un hermoso día de verano se reunió el grupo delante de la casa parroquial, a las 4 de la tarde, bajo un sol de justicia, y partieron.

Nosotros les seguimos a prudencial distancia para no ser vistos. Cruzamos El Barrio, el almacén de los Picos, el Molino de Viento y luego subimos la empinada y larga cuesta hasta el lugar elegido.

Cuando ellos llegaron, descansaron un rato charlando y se dispusieron a merendar.

Nosotros nos encontrábamos ocultos en el palmeral, pero no tanto, porque don José nos llamó y nos invitó a participar en el suculento banquete: bocadillos de tortilla, de mortadela, de queso, para tomar había un rico refresco y para terminar unos plátanos que sabían a gloria.

Al finalizar nos despidieron, pues ellos se disponían a realizar una actividad.


Nosotros les dimos las gracias por el trato recibido. Había sido una experiencia inolvidable.

En el camino de vuelta a casa, se me produjo una herida en la planta del pie, ya que mi zapato tenía un agujero.

Cuando llegué compungido a casa, mi madre me lavó bien el pie y me curó, y con cara de pena me dijo:

-Juan Antonio, vete a la Peletería de Manuel “el de la Sociedad”, en La Palmilla, y que te dé unos botines. Y prosiguió- Y que me lo apunte en mi cuenta.

Me dirigí hacia donde me había indicado mi madre. Me probé unos botines maravillosos, de color azul, y salí de allí más contento que unas pascuas, luciéndolos con orgullo.

Había sido un día emocionante con un final muy feliz.






Foto Google

sábado, 15 de noviembre de 2008

Nueva visita a la ciudad

Foto: Puente de Piedra y Catedral de Las Palmas de Gran Canaria

-Mañana tengo que ir a Las Palmas, ¿te gustaría acompañarme!?- me preguntó mi madre.

Yo exclamé muy feliz: ¡Desde luego, me encantaría!

Ya me imaginaba el viaje en el pirata de Paco Matoña, llegar a Camino Nuevo y tomar café con leche y unos ricos churros en la legendaria cafetería Los Ángeles. Toda una aventura para un niño pequeño que rara vez salía del pueblo más alejado de la isla.

Cuando permanecíamos unos días en la ciudad, nos alojábamos en casa de mi tío Fidel, en la calle Juan Rejón, frente al Castillo de la Luz.

Muchas veces jugaba en el parque del castillo con mi primo Fidel. Con él y sus amigos también me iba a jugar divertidos partidos de fútbol en las playas de Las Canteras y Las Alcaravaneras.

Muy cerca se encuentra el Mercado del Puerto. Allí acompañaba a mi madre a comprar pescado a Fortunata, que tenía un puesto de ricas samas. Siempre adquiría una pieza de 10 a 15 kg . Al llegar al pueblo lo freía y nos deleitábamos comiendo de él durante dos o tres días. ¡Qué delicioso era!

Por aquel tiempo en el Puerto de la Luz había un floreciente mercado pesquero, con flotas de todo el mundo. El pescado era muy económico, a unas 7 pesetas el kg, que vendría siendo actualmente a menos de 5 cts de euro. Más tarde España entregó a Marruecos el banco canario-sahariano, de abundante fauna piscícola, y, a consecuencia de esto, subió de precio vertiginosamente, con lo que no se pudo comprar nunca más tantos kgs.

Una visita obligada para los niños era La Plaza de Sta. Ana, frente a la Catedral y al Ayuntamiento, adonde se llegaba cruzando el Puente de Piedra, sobrel el Barranco Guiniguada. En esta plaza hay unas estatuas de perros, en las que los niños nos subíamos a jugar y nos solían hacer fotos como recuerdo.

Plaza de Santa Ana
Tanto el Puente de Piedra como el Barranco ya no existen, en su lugar se encuentra el Acceso a Tafira, por lo que la ciudad perdió el aire romántico que le daban, junto al Puente de Palo.

Luego, después de un largo recorrido por la carretera de las mil curvas, regresaba a La Aldea, feliz de esta nueva aventura en la ciudad.


Glosario


-Piratas. Coches particulares que funcionaban como taxis de forma ilegal y eran perseguidos por la Guardia Civil.
-Nombre de la capital: Las Palmas de Gran Canaria, aunque la gente lo denomina Las Palmas.
-Camino Nuevo: La confluencia de las calles Bravo Murillo con Perojo

-La foto de la Catedral y del Puente de Piedra es del año 1.913, pero perduró la zona sin cambios hasta el derribo de éste.

-Sobre el Barranco Guiniguada se construyó una pista de Acceso al centro de la isla.

Después de construida la circunvalación a la ciudad, se piensa derribar esa carretera para volver a contar con el barranco en su forma original. Solían plantar flores y árboles allí, pero las crecidas por las lluvias se lo llevaba todo al mar.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

¡Vayan a buscar agua!

A pesar de que el pueblo tenía un núcleo de población considerable, aún no contaba con agua corriente, cuando yo era pequeño. Por lo tanto, teníamos que abastecernos de ese líquido elemento fuera de la casa.

Recuerdo a mi mamá dando órdenes:

¡Vayan a buscar agua al pilar, por favor!

En distintas zonas del pueblo había unas llaves, colocadas en un pilar de cemento, adonde la gente se drigía con sus latones (latas grandes), con sus garrafones, con baldes y otros recipientes para abastecerse de ella.

Si nos poníamos remolones o nos quejábamos, mi madre siempre decía:

-Con lo cerca que está el pilar, si tuvieran que ir a la fuente de El Molinillo... Eso sí que está lejos.

El pilar más próximo se encontraba a unos doscientos metros de la casa. Recuerdo cómo iban las señoras a recoger el agua, con una toalla o paño en la cabeza, a modo de protección, para luego colocar el recipiente encima.

Yo sólo tengo un vago recuerdo de haber ido a buscarla al pilar con mi primo Antonio. Yo llevaba el latón al hombro, pero era tan pesado que se me cayó encima, quedándome todo enchumbado.

El agua que recogíamos en el pilar se usaba para fregar y lavar la ropa. La destinada para beber la recogíamos de un motor que la extraía de un pozo, situado a unos doscientos metros detrás de mi casa, y ésta era deliciosa.

Algunas veces visité la fuente de El Molinillo, pues era lugar de paso para ir a las presas. El agua caía directamente de una montaña próxima. Allí descansábamos y la bebíamos. Dicha fuente está situada a unos dos o tres kilómetros del centro.

Poco después instalaron las cañerías y llegó el líquido elemento a las casas. Eso fue un regalo para las señoras que siempre se esforzaban para tener abastecidas sus casas.

Foto original:www.cmasxalapa.gob.mx/cuida_agua.html

sábado, 8 de noviembre de 2008

La tienda de Purita

La tienda de Purita, mi madre, era la más popular del pueblo. Durante todo el año vendía de casi todo, pero a partir de diciembre se dedicaba casi exclusivamente a la venta de juguetes.

A principios de diciembre llegaban las grandes cajas de madera llenas de juguetes. Los niños de la casa curioseábamos en ellas para ver si percibíamos algo de su contenido, pero nos quedábamos con las ganas. Nuestra mente volaba pensando en qué novedades habría ese año.

Al día siguiente mi padre las abría, cuando mis hermanos más pequeños se habían quedado dormidos. Sólo quedábamos en pie mi hermana Marisa y yo que asistíamos con los ojos como platos, observando cómo iban sacando coches de carrera, balones, muñecas, camiones y toda clase de juguetes .

Luego procedían a colocar los precios y seguidamente mi padre extendía unas cuerdas, entre las dos estanterías. Luego amarrábamos los juguetes que quedaban colgando como estrellas en el cielo.

Ya la voz se había propagado por toda la chiquillería del pueblo:

-Ya llegaron los juguetes a la tienda de Purita.

Al día siguiente los niños se presentaban para ver los juguetes que les había quitado el sueño durante un largo tiempo.

Uno exclamó:

-Yo me pido un balón de fútbol- y para que no hubiera dudas, aclaró- ¡de reglamento!

Otro gritó decidido:

-¡Yo le pido una bicicleta!

Y una niña, que apenas llegaba a sobresalir su cabeza del mostrador, pidió tímidamente:

-¿Me puede enseñar aquella muñeca, por favor?

Un día se presentó Antonio "el Chula" y le dijo a mi padre:

-Antoñito, deme la moto que quiere mi hijo. No me deja tranquilo, ni puedo dormir, siempre está con la misma cantinela:

-Una otilla...Una otilla...Una otilla...

Y el buen señor le compró la moto a su hijo y volvió la paz a su hogar.

Una vez que los niños habían elegido su juguete, sus padres les acompañaban para verlos y saber su precio.

Unos se apresuraban a comprarlos desde el principio. Otros esperaban a mediados de mes para encargarlos y unos pocos se presentaban en los últimos días antes del Día de Reyes.

El día 5 de enero, a las doce de la noche, siempre llegaba el Sr Rodríguez, Gerente de la Comunidad Bersabé, a comprar los juguetes más caros, los que nadie había adquirido por su elevado precio. Los hijos de ese señor fueron compañeros de mis hermanos, uno de los cuales, Román, fue Presidente del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Canarias hace poco tiempo.

Hablar de la tienda de Purita era sinónimo de juguetes, de alegría, de profundos sentimientos y de grandes emociones.
Aún hoy es recordada con cariño por las personas que fueron niños en aquella época.
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domingo, 2 de noviembre de 2008

Viaje de Fin de Carrera


Al terminar nuestra carrera, con 17 ó 18 años, nos merecíamos realizar un viaje como premio a nuestro trabajo durante tanto tiempo.
Decidimos viajar a la isla de Lanzarote. Éramos tres chicos: Paquito, Juan José y yo; y ocho chicas: María, Juana, María de los Ángeles, Ana María, Fátima, Rúper y Ufe.

Los tres amigos nos dirigíamos al Puerto de la Luz para tomar el barco, que era un cascarón con un olor nauseabundo, cuando se me ocurrió comprar medio saco de pan en una panadería de la calle Juan Rejón, y una lata de mortadela Tulip en una tienda próxima.

A mis amigos no les pareció buena idea la compra que hice:

-Juan Antonio- me dijeron: ¡Para qué compras tanto pan! ¡No lo vamos a necesitar! Llevamos dinero para comer en restaurantes.

Yo les contesté:

-Nunca se sabe, hay que estar prevenidos.

Tomamos el barco a las doce de la noche. Al principio nos encontrábamos muy felices con el vaivén de la nave, pero cuando se internó mar adentro ya todo cambió. Nos acostamos donde pudimos, en las butacas, en el suelo o en alguna litera que estaba libre. Cuando nos mareábamos, teníamos los baños muy cerca, aunque el olor era tan desagradable que era peor el remedio que la enfermedad, por lo que nos provocaba vómitos nada más entrar.

Llegamos a Arrecife, la capital de la isla de Lanzarote, por la mañana. Dimos una vuelta para ir conociéndola y finalmente tomamos un taxi para llegar hasta un bungalow que nos había prestado el padre de María de los Ángeles, que se encontraba fuera de la ciudad, en La Caleta, a unos 5 kilómetros. En él sólo nos alojábamos los chicos. Nuestras compañeras se quedaban en un hostal en el centro.

Para volver a la ciudad lo hacíamos a pie, puesto que no nos podíamos comunicar con la parada de taxis para solicitar uno.

Cada día nos reuníamos con las chicas para realizar algunas excursiones como a Los Jameos del Agua, a la Montaña de Fuego y otros lugares de interés de la isla.

Un día se nos quedó la llave dentro del bungalow y tuvimos que regresar a la ciudad en busca de ayuda. Hablamos con un guardia municipal que había sido luchador de lucha canaria, él nos dijo que había sido el famoso Pollo de Arrecife. Nos comentó que la única solución era derribar la puerta o una ventana . Estábamos muy preocupados, pues no queríamos deteriorar nada del bungalow del padre de nuestra amiga.

Buscamos un hotel donde pernoctar, pero todos estaban ocupados, por lo que nos quedamos en una construcción, previo permiso del vigilante. Dormimos encima de unos bloques de hormigón. Por la mañana, nos levantamos molidos y oliendo a cemento.

Al día siguiente regresamos al bungalow con fe en que se iba a solucionar sin tener que deteriorar ningún elemento de la casa. Estuve observando detenidamente, hasta que me decidí a dar un empujón a una ventana y se abrió, por lo que dimos gritos de júbilo por haber resuelto el problema sin ocasionar ningun daño a la casa.

Otro día nos reunimos con nuestras compañeras para ir a la discoteca "El volcán". Estuvimos un buen rato pasándolo bien. Cuando terminamos, los chicos decidimos irnos a una verbena al pueblo de Tinajo.

Nos llamó mucho la atención que para invitar a una chica a bailar, primero había que pedirle permiso a su mamá y luego a ella. Y cuando terminaba una pieza, la chica volvía a sentarse y había que repetir el procedimiento tantas veces como uno quería bailar con ella.

Al fin regresamos en un taxi. Nuestro amigo Juan José tomó tantos vasos de vino que quedó en no muy buenas condiciones. Se da la circunstancia que en ese momento el vaso de vino era más barato que el de agua, y como quería matar la sed...

Un par de días antes de regresar, recibimos la visita de unos boy scouts. Ninguno tenía nada para comer y estábamos muertos de hambre. Entonces recordé el saco de pan que había comprado y la lata de mortadela. Aunque el pan ya estaba duro, nos lo comimos entre todos, junto con la mortadela, entre cantos, chistes y anécdotas. Realmente pasamos un buen rato con aquellos eventuales compañeros.

Yo les comenté a mis amigos:

-¿¡Se dan cuenta que fue buena idea el traer el saco de pan y la mortadela!?

Ellos no contestaron, sólo asintieron con la cabeza.

Al fin regresamos felices por la experiencia del viaje, y de haber visitado la hermosa isla de Lanzarote.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Fuegos artificiales

En la fiesta de San Nicolás se disparan fuegos artificiales para alegría y jolgorio general, especialmente de los niños.

Yo tenía unos 4 años cuando mis padres se encontraban conmigo delante del Ayuntamiento, observando el espectáculo de los fuegos pirotécnicos.

Yo pedí permiso para ir a verlos frente a la iglesia, a unos 400 m. aproximadamente.

Me fui corriendo y estuve observando un rato y volví de prisa a contar, muy feliz, lo que había visto:

-Papá, hay muchas luces de colores volando. Y explotan en el aire.

Pasada la emoción, volví frente a la iglesia y, después de un rato, regresé.

-Mamá, las luces forman figuras en el aire y luego explotan cayendo todas después.

De esta forma, estuve yendo y viniendo contándoles a mis padres todo lo que iba sucediendo.

Lo que cuentan ellos es que sólo se veía a lo lejos la chaquetilla blanca cómo se bamboleaba de un lado para otro, mientras corría.

Otra vez mi padre me llevó a la ciudad y estuvimos presenciando un espectáculo de fuegos artificiales en el Parque San Telmo.

Mi padre me tenía sobre sus hombros para que yo pudiera verlos mejor. Otro señor hacía lo propio con su hija.

En un momento dado la niña exclamó, mientras observaba las figuras que hacían en el aire los fuegos pirotécnicos:

-Papá, ¡mira una palmera!

Y yo, admirado, grité:
-¡Sí, mira los dátiles!

¡Qué tiempos aquéllos!

Para ver la foto original: www.kamegame.com/.../

domingo, 26 de octubre de 2008

¡Los tunos de "El Pie de la Cuesta"!

Ricos tunos blancos.
Foto Google

El tuno es una fruta deliciosa, cuya planta, en forma de matorral o de árbol, se le denomina tunera. A cada uno de éstos les llamábamos plantones y a sus hojas, palas.

A mi padre le encantaban los tunos, tanto los amarillos como los blancos, éstos son más pequeños y azucarados. Sin embargo, los amarillos son más jugosos y de mayor tamaño.
Pala de tunera.
Foto Google

Él siempre plantaba tuneras en cada una de sus fincas, donde recogíamos excelentes tunos, pero en verano hacíamos un par de excursiones al Pie de la Cuesta, en el Hoyo, camino a Mogán, puesto que allí se encontraban los más exquisitos.

El día señalado pasábamos a recoger a Juan Rodríguez, amigo de mi padre y propietario de esa finca, y nos dirigíamos en la camioneta, ataviados con ropa adecuada, hacia ese lugar. Debíamos estar muy bien protegidos, ya que las tuneras tienen muchas púas. A pesar de eso, terminábamos todos espinados y con las pinzas que cada uno llevaba, realizábamos una meticulosa labor de limpieza.

Alguna vez nos caímos en redondo sobre las tuneras, por lo que ya no nos cabía una espina más.

Íbamos provistos con baldes y cestas y, como la recolección era abundante , teníamos para una semana, pues los conservábamos en la nevera. También regalábamos a los vecinos y a los amigos .

Una vez terminada la recogida de la fruta, la colocábamos en el suelo y la barríamos con un escobillón para quitarle las púas, luego la introducíamos en agua para que se desprendieran todas.

De las tuneras obtuve mis primeras pesetas, pues recogíamos cochinilla y luego la vendíamos en la tienda de Martel.

La recolección de la cochinilla no nos costaba mucho trabajo, puesto que éramos expertos en andar entre las tuneras. Sólo teníamos que raspar las palas con un palito e ir introduciendo el producto en los frascos.

¡Hoy en día, al recordar El Pie de la Cuesta, se me hace la boca agua pensando en tan deliciosos tunos!

martes, 21 de octubre de 2008

La plaza y la iglesia antiguas (La Aldea de San Nicolás)


La Aldea tenía dos lugares emblemáticos que siempre quedarán en mi memoria: la plaza y la iglesia.

A finales de los 60, a las autoridades se les ocurrió echarlas abajo para construir otras modernas, sin considerar que eran parte de la historia del pueblo.

De la iglesia recuerdo un retablo maravilloso, las imágenes de los santos, cuyos nombres me sabía al dedillo, y de cuando íbamos a catequesis con don Juan Quintero, el párroco, quien nos halaba con su largo paraguas negro para luego pegarnos con el mango en la cabeza, por no saber contestar a sus preguntas.

De la plaza nunca me olvidaré que se había convertido en el lugar de recreo de la escuela de don Juan Márquez. Allí también celebrábamos partidos de fútbol. Había que saber jugar entre las jardineras y con un kiosko precioso, construido de cemento. Más tarde asistimos allí a nuestras primeras verbenas.

Fue una lástima el haber hecho desaparecer la plaza y la iglesia antiguas. En aquella época no había conciencia de lo que representaban para la historia del pueblo, pero si se hubiese protestado, no se habría conseguido nada, pues era una época en la cual no existía la democracia.

Foto: www.bienmesabe.org/noticia_impresion.php?id=9... Foto año 1925-27. Posteriormente se realizó algunas reformas, entre ellas la construcción de un kiosko en el centro de la plaza. En mi época ya contaba ésta con enormes árboles llenos de pajarillos que siempre nos daban un delicioso concierto.

lunes, 20 de octubre de 2008

La finca de Tocodomán


El cura Vicente falleció repentinamente en La Aldea de San Nicolás, en el año 1947. Algunos de sus adversarios políticos lanzaron voladores en señal de júbilo, pues se quitaban de arriba un duro contrincante. Lo cierto es que los caciques del pueblo querían apoderarse del agua de las presas que estaban en vias de construcción, mientras el cura apoyaba la opción de los agricultores, que consistía que el agua se repartiera proporcionalmente a las tierras que cada uno poseía. Sin embargo, a pesar de su fallecimiento, esta opción fue la triunfadora.

Este sacerdote dejó en usufructo sus propiedades a su hermana Hortensita, entre ellas la Finca de Tocodomán. Cuando ella falleciera pasarían a la Diócesis Canariensis. Aquélla, a su vez, se la dejó a mi padre para que la administrara.
Tocodomán es un barrio de La Aldea, situado a unos 5 ó 6 km, camino del vecino pueblo de Mogán.


En los momentos de bonanza mi padre convirtió tierras que eran eriales en otras de regadío. Los medianeros eran Juan Rodriguez, su esposa e hijos, a los cuales los considerábamos como de la familia
Los sábados yo era el encargado de llevar la paga de los trabajadores a Tocodomán. Había que ascender un buen desnivel, por lo que era pesada la subida en una bicicleta sin cambios.


Un día mi padre me dio un cheque por valor de 40.000 pesetas, que era un dineral para la época. En el banco me dieron un fajo de billetes de 100 ptas, eran demasiado usados, por lo que el conteo me costó un poco, tanto que don Manuel, el director del Banco Bilbao, situado entonces en la casa que luego habitó Manuel Ruiz, en La Placeta, me dijo:


-Chico, a ese paso vas a terminar mañana.


Me quedé colorado, puesto que la sucursal bancaria estaba llena de gente y tardé un poco en contar el dinero.


Siempre llegaba sobre la una de la tarde a Tocodomán, hora en que solían "soltar" los sábados.


Finalmente, quedaron dos buenas trozos de terreno, separados por la ruta hacia Mogán.


Cierto día mi padre estacionó su camión en la carretera, la cual era de tierra. Mi hermano Octavio y yo nos encontrábamos sentados en la cabina y yo jugaba con la palanca de cambios y con los pedales. Al cabo de un rato vimos como se acercaba un camión y yo le grité a mi padre:


-Papá, ¡viene un camión, yo lo voy poniendo en marcha!


Y diciendo esto, arranqué el motor y el camión dio un salto tremendo hacia adelante, pues estaba puesta una marcha. Enseguida apreté con todas mis fuerzas el pedal del freno, pero al mismo tiempo tenía pisado a fondo el acelerador, por lo que el camión, encabritado, iba arrastrando sus ruedas por la carretera. Cuando me percaté de ello, quité el pie del acelerador y el camión se quedó totalmente parado. En ese momento llegó mi padre, saltando al estribo. Estaba lívido. No pronunció palabra alguna.


Luego me percaté del peligro a que habíamos estado expuestos cuando vi las huellas de las ruedas muy marcadas en la seca carretera de tierra y que unos cientos de metros más abajo estaba el precipicio que iba a dar a un profundo barranco.


Mi ángel guardián siempre me ha protegido y gracias a él he podido salvar la vida varias veces, al cual estoy muy agradecido.
Glosario
Voladores.- Cohetes que se tiran en las fiestas o en señal de júbilo.
Cacique.-1. Persona que en un pueblo ostenta demasiada influencia. 2. Déspota, autoritario.
Soltar. -Terminar su jornada laboral.

viernes, 17 de octubre de 2008

¡Qué veranos aquéllos!

Playa de La Aldea. Foto Juan Antonio.
Una vez que terminaba el curso, si habíamos aprobado, nos la prometíamos muy felices porque íbamos a disfrutar de las vacaciones de verano, que duraban unos tres meses en aquella época.
No había mucho en qué entretenerse, pero entre ir a la playa, jugar al fútbol y pasear en la plaza por las tardes, donde nos reuníamos los del pueblo con los veraneantes forasteros, teníamos casi todo el día ocupado.
Al finalizar un curso, de contento que estaba, exclamé:
-Este verano me lo voy a pasar en grande, los tres meses tirado en la playa fumando.
Me compré una caja de cigarrillos y me fui a la playa con los amigos. Me fumé tres o cuatro y ya no quise fumar nunca más, como verán no me gustó nada.
Antes de que mi padre me regalara una bicicleta, por haber aprobado un curso, hacía trueque con los amigos. Jorge "Pasote" y Adolfo me prestaban sus bicicletas y yo les daba mangos que traía de la finca de mi padre en Castañeta. Yo me divertía con sus máquinas y ellos degustaban la deliciosa fruta.
Una vez me dirigía a la playa, situada a unos 4 ó 5 kilómetros del pueblo, cuando se me reventó una goma de la bicicleta de Jorge, por la vuelta de Abrahanito, por lo que tuve que recorrer el camino de vuelta caminando, con la bicicleta a rastras.
Otra vez iba conduciendo el auto de Don Juan Márquez, que había sido mi maestro en Educación Primaria, su esposa Encarnita. Como era una conductora novel, iba despacio. Yo en bicicleta competía con ella. La señora me pasaba en las rectas largas y yo me aproximaba en las curvas y a continuación la pasaba. Sólo se pudo distanciar de mí en la recta de la playa, que tiene un kilómetro de longitud. Yo quería impresionar a la hija de mi maestro, que iba en el coche, por la cual yo bebía los vientos.
Y así pasábamos los veranos, los cuales se me hacían larguísimos y siempre deseaba que empezaran las clases.

lunes, 13 de octubre de 2008

Viaje en burro al motor del gofio

Foto Google
La Aldea era un pueblo hospitalario, amistoso y donde casi todos éramos conocidos. Había muy buen ambiente y camaradería.
Un día mi madre nos pidió a mi primo Antonio y a mí que lleváramos un saco de millo, que ella había tostado en casa, al motor del gofio de los Rodríguez, justo en el mismo sitio donde tenían la central eléctrica para suministrar energía al pueblo.

-Vayan primero a pedirle el burro a José Álamo, puesto que el saco pesa mucho- Y prosiguió mi madre- No se preocupen, yo ya hablé con él.
El burro era de buen porte y tenía fama de manso. Su dueño lo prestaba al que lo necesitaba.

José Álamo era propietario de la herreria, en la cual trabajaban todos sus hijos. Era pariente de mi padre, por parte de mi abuelita María.

Nos cargaron el saco de gofio en el animal y emprendimos la marcha. Tomamos la calle principal abajo hasta llegar al Barranquillo de la Plaza. Desde allí nos dirigimos hasta el barranco.

Cuando nos encontrábamos a medio camino, nos tropezamos con un muchacho mayor, a quien llamaban Manolo el Gánster, por las razones que ustedes pueden imaginar. Éste, sin mediar palabra, nos quitó el saco de millo y lo tiró al suelo, saltando sobre él durante un tiempo. Finalizada su fechoría, se marchó.

Tuvimos que esperar a que pasara una persona mayor para que nos cargara otra vez el saco en el burro. Entonces proseguimos la marcha hasta llegar al motor del gofio. Emiliano, que era la persona encargada, recogió el saco y nos entregó el comprobante.

Al fin, regresamos a nuestra casa sin más problemas.
Glosario
Millo = Maíz
Gofio = Harina de maíz
Motor del gofio = Molino de gofio

martes, 7 de octubre de 2008

El farmacéutico


En esta calle nací y viví muchos años. Se encuentra delante del Ayuntamiento, edificio de dos plantas, frente del primer farol. (Foto Google)

La primera farmacia que hubo en La Aldea fue la de don José Socas López. Estaba situada en una casita ubicada detrás de la Plaza antigua, subiendo por la calle donde vivía Mariquita Salomé, al fondo. En la misma casa que vivió más tarde don Antonio el alguacil.

Don José era un señor de carácter adusto. Los niños le teníamos miedo.

Cierta vez mi madre nos mandó a comprar un medicamento a la farmacia a mi primo Fidel y a mí. Cuando llegamos, el farmacéutico le dijo a su hijo:

- José Mari, tráeme las tijeras que voy a cortales las orejas a estos niños.

Nada más escuchar esa amenaza salimos corriendo y ya no aparecimos nunca más por allí solos.

Otra vez fui acompañando a mi madre a comprar un medicamento que le había recetado don Paco, el médico, a mi abuela Eloisita. Mi madré tropezó y se raspó las rodillas, por lo que tuvimos que regresar para ser curada.
Ese percance tuvo lugar debido a que estaban arreglando la calle situada entre la Plaza y la casa de Mariquita Salomé. Me acuerdo que había grandes zanjas que dificultaba el paso de las personas.
Más tarde se establecería otro farmacéutico, don Tomás, persona muy querida en el pueblo, con su esposa doña Carmen. Ambos fueron profesores míos en el Colegio Sagrado Corazón.


viernes, 3 de octubre de 2008

LaTiempos de la zafra del tomate

Antigua iglesia de La Aldea de San Nicolás

Nuestro pueblo era tranquilo, pero en tiempos de la zafra del tomate, llegaba mucha gente a trabajar en las fincas y en los almacenes de empaquetado, puesto que existía por aquella época una economía pujante.

Las cajas de tomates eran transportadas por grandes camiones, la mayoría eran de propiedad de los exportadores, de los particulares destacaba Pepe Déniz.

Para trabajar en los almacenes llegaban unas chicas preciosas procedentes de los pueblos cumbreros, principalmente; también de otras islas.

Muchos de los chicos del pueblo se echaban novias forasteras. Yo tuve muy buenas amigas entre ellas, algunas de las cuales vivían en la cuartería de los Rodríguez Quintana, en el Barranquillo La Plaza. Otras en las de Pepito Franco, Manuel Ruiz, Angulo.

Cuando terminaba la zafra íbamos a despedirlas apenados, para que fuera menos la tristeza, celebrábamos una pequeña fiesta con ellas.

Al final, cada año terminaba con la misma despedida, casi con lágrimas en los ojos:

-¡Hasta el año próximo!

miércoles, 1 de octubre de 2008

Las hogueras de san Juan


Foto Google
Cada 23 de junio nos reuníamos los muchachos de La Aldea para ir a la montaña a recoger ahulagas para la hoguera de san Juan.

La primera vez que fui invitado tenía unos diez años, era de los más pequeños. Nos reuníamos en la plaza del pueblo y marchábamos a la montaña, a la altura del campo de fútbol actual, en Los Cascajos.

Subíamos hasta la cueva situada debajo de la Cruz del siglo. Allí descansábamos un rato y luego partíamos hacia el barranquillo elegido.

Los mayores iban cortando las ahulagas y las hacían rodar con varas, barranquillo abajo.

En una de éstas, yo me quedé por debajo de la enorme bola de arbustos. Los mayores me pidieron que me situara detrás de una roca grande, para que las ahulagas pasaran por encima.

Para mí fue traumatizante, ¿cómo podría pasar por encima?, ¿y si me quedaba atrapado? Tanto insistieron los chicos mayores que me coloqué allí y no me pasó nada.

Ese momento quedó grabado en mi mente durante toda la vida.

El primer lugar donde hicimos la hoguera, que yo recuerde, fue en el solar donde se construyó poco después el cine nuevo. Al fondo del mismo había unas palmeras enormemente altas.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Los piratas de La Aldea de San Nicolás

Foto Google. El coche de Paco Matoña era parecido a éste. Él lo tenía siempre limpio y brillante.

El transporte desde La Aldea hasta la capital era difícil, pues habían pocos "coches de hora" y éstos tardaban cuatro horas en llegar a la ciudad.


Unos coches de particulares hacían transporte de pasajeros. A éstos se les llamaban piratas porque circulaban sin permiso. Los dueños de la empresa A.I.C.A.S.A., Autobuses Interurbanos Canarios, de la Compañía Melián, los denunciaba a la Guardia Civil, por lo que éstos los perseguían.


Los primeros que empezaron a hacer el servicio de transporte fueron los piratas de Paco Matoña y de Juanito Afonso.


Una vez, Paco Matoña, para evitar a la fuerza pública, subió por los Altos de Guía, pues los agentes siempre se apostaban en la carretera general, con tan mala fortuna que la Guardia Civil los estaba esperando allí. Y fueron multados.


Los piratas y los camiones se avisaban picando las luces, si estaba la fuerza pública en la carretera.


Los pasajeros estaban prevenidos que si los paraba la Guardia Civil, les dijeran que iban invitados, sin pagar, o cualquier otra mentira para salir del paso.


Una vez viajábamos en el pirata de Juanito Afonso y como las maletas estaban colocadas en un maletero exterior trasero, se cayó la de mi madre y no la pudimos recuperar. A prisa y corriendo tuvimos que comprar lo imprescindible para poder seguir con lo que que nos había llevado a la ciiudad.


Era una delicia poder viajar en los piratas, íbamos seis o siete pasajeros, todos conocidos, por lo que se nos pasaban las poco más de dos horas de camino en amigable charla.

jueves, 25 de septiembre de 2008

La Aldea de San Nicolás, pueblo de difícil acceso


Gran Canaria. La Aldea de San Nicolás, al oeste de la isla.

La Aldea era un pueblo de difícil acceso. En tiempos de mis padres tenían que tomar un barquillo que los trasladara hasta el vecino pueblo de Agaete. Otros hacían el recorrido a pie, subiendo hasta Cueva Grande y desde allí bajaban hasta El Risco de Agaete.

En aquellos tiempos muchos iban a la vecina isla de Tenerife a hacer sus compras, pues les era más fácil ese trayecto en barco que a Las Palmas de Gran Canaria.

De pequeño recuerdo ir en un camión con mi madre, conducido por Juanito Afonso, que transportaba tomates hasta el Puerto de la Luz y de Las Palmas. Subíamos por la pista de tierra que unía El Cruce con la zona de El Mirador, dicha carretera se cortaba cada vez que corría el barranco.

Poco después construyeron una pista bordeando la cadena montañosa, desde la playa. Para salvar el cauce del barranco construyeron un puente, el cual no duró mucho por los embates de las aguas, hasta que finalmente hicieron uno "como Dios manda".

Al principio se utilizaban coches particulares que hacían de transporte público, pero sin licencia, los famosos "piratas", los cuales eran muy perseguidos por la Guardia Civil.

Luego se abrió la línea de los "coches de hora" de A.I.C.A.S.A, de la Compañía Melián, los cuales tardaban 4 horas en llegar a la ciudad, pues hacían muchas paradas.

Por el sur había que subir hasta Artejeves, para tomar luego las degolladas de Tasartico, Tasarte, y Veneguera, hasta llegar a Mogán. Era una carretera estrecha, sin protección y con abismos impresionantes, desde Arteves hasta la degollada de Tasartico.

Recuerdo de pequeño ir en el coche de don Juan Márquez, mi maestro, y con su familia, por el sur hasta la capital. En lo alto de la carretera de Mogán nos encontramos con otro vehículo que venía de frente y mi padre tuvo que dar marcha atrás un largo tramo, pues no cabían dos coches. Todos se bajaron, menos yo, porque había un enorme precipicio y era peligroso.

Por el centro hay otra conexión, por la carretera de las presas, hasta llegar a Artenara, luego se baja o por San Mateo, o por Valleseco. Es una carretera para ir despacio y disfrutar del maravilloso paisaje.