miércoles, 29 de octubre de 2008

Fuegos artificiales

En la fiesta de San Nicolás se disparan fuegos artificiales para alegría y jolgorio general, especialmente de los niños.

Yo tenía unos 4 años cuando mis padres se encontraban conmigo delante del Ayuntamiento, observando el espectáculo de los fuegos pirotécnicos.

Yo pedí permiso para ir a verlos frente a la iglesia, a unos 400 m. aproximadamente.

Me fui corriendo y estuve observando un rato y volví de prisa a contar, muy feliz, lo que había visto:

-Papá, hay muchas luces de colores volando. Y explotan en el aire.

Pasada la emoción, volví frente a la iglesia y, después de un rato, regresé.

-Mamá, las luces forman figuras en el aire y luego explotan cayendo todas después.

De esta forma, estuve yendo y viniendo contándoles a mis padres todo lo que iba sucediendo.

Lo que cuentan ellos es que sólo se veía a lo lejos la chaquetilla blanca cómo se bamboleaba de un lado para otro, mientras corría.

Otra vez mi padre me llevó a la ciudad y estuvimos presenciando un espectáculo de fuegos artificiales en el Parque San Telmo.

Mi padre me tenía sobre sus hombros para que yo pudiera verlos mejor. Otro señor hacía lo propio con su hija.

En un momento dado la niña exclamó, mientras observaba las figuras que hacían en el aire los fuegos pirotécnicos:

-Papá, ¡mira una palmera!

Y yo, admirado, grité:
-¡Sí, mira los dátiles!

¡Qué tiempos aquéllos!

Para ver la foto original: www.kamegame.com/.../

domingo, 26 de octubre de 2008

¡Los tunos de "El Pie de la Cuesta"!

Ricos tunos blancos.
Foto Google

El tuno es una fruta deliciosa, cuya planta, en forma de matorral o de árbol, se le denomina tunera. A cada uno de éstos les llamábamos plantones y a sus hojas, palas.

A mi padre le encantaban los tunos, tanto los amarillos como los blancos, éstos son más pequeños y azucarados. Sin embargo, los amarillos son más jugosos y de mayor tamaño.
Pala de tunera.
Foto Google

Él siempre plantaba tuneras en cada una de sus fincas, donde recogíamos excelentes tunos, pero en verano hacíamos un par de excursiones al Pie de la Cuesta, en el Hoyo, camino a Mogán, puesto que allí se encontraban los más exquisitos.

El día señalado pasábamos a recoger a Juan Rodríguez, amigo de mi padre y propietario de esa finca, y nos dirigíamos en la camioneta, ataviados con ropa adecuada, hacia ese lugar. Debíamos estar muy bien protegidos, ya que las tuneras tienen muchas púas. A pesar de eso, terminábamos todos espinados y con las pinzas que cada uno llevaba, realizábamos una meticulosa labor de limpieza.

Alguna vez nos caímos en redondo sobre las tuneras, por lo que ya no nos cabía una espina más.

Íbamos provistos con baldes y cestas y, como la recolección era abundante , teníamos para una semana, pues los conservábamos en la nevera. También regalábamos a los vecinos y a los amigos .

Una vez terminada la recogida de la fruta, la colocábamos en el suelo y la barríamos con un escobillón para quitarle las púas, luego la introducíamos en agua para que se desprendieran todas.

De las tuneras obtuve mis primeras pesetas, pues recogíamos cochinilla y luego la vendíamos en la tienda de Martel.

La recolección de la cochinilla no nos costaba mucho trabajo, puesto que éramos expertos en andar entre las tuneras. Sólo teníamos que raspar las palas con un palito e ir introduciendo el producto en los frascos.

¡Hoy en día, al recordar El Pie de la Cuesta, se me hace la boca agua pensando en tan deliciosos tunos!

martes, 21 de octubre de 2008

La plaza y la iglesia antiguas (La Aldea de San Nicolás)


La Aldea tenía dos lugares emblemáticos que siempre quedarán en mi memoria: la plaza y la iglesia.

A finales de los 60, a las autoridades se les ocurrió echarlas abajo para construir otras modernas, sin considerar que eran parte de la historia del pueblo.

De la iglesia recuerdo un retablo maravilloso, las imágenes de los santos, cuyos nombres me sabía al dedillo, y de cuando íbamos a catequesis con don Juan Quintero, el párroco, quien nos halaba con su largo paraguas negro para luego pegarnos con el mango en la cabeza, por no saber contestar a sus preguntas.

De la plaza nunca me olvidaré que se había convertido en el lugar de recreo de la escuela de don Juan Márquez. Allí también celebrábamos partidos de fútbol. Había que saber jugar entre las jardineras y con un kiosko precioso, construido de cemento. Más tarde asistimos allí a nuestras primeras verbenas.

Fue una lástima el haber hecho desaparecer la plaza y la iglesia antiguas. En aquella época no había conciencia de lo que representaban para la historia del pueblo, pero si se hubiese protestado, no se habría conseguido nada, pues era una época en la cual no existía la democracia.

Foto: www.bienmesabe.org/noticia_impresion.php?id=9... Foto año 1925-27. Posteriormente se realizó algunas reformas, entre ellas la construcción de un kiosko en el centro de la plaza. En mi época ya contaba ésta con enormes árboles llenos de pajarillos que siempre nos daban un delicioso concierto.

lunes, 20 de octubre de 2008

La finca de Tocodomán


El cura Vicente falleció repentinamente en La Aldea de San Nicolás, en el año 1947. Algunos de sus adversarios políticos lanzaron voladores en señal de júbilo, pues se quitaban de arriba un duro contrincante. Lo cierto es que los caciques del pueblo querían apoderarse del agua de las presas que estaban en vias de construcción, mientras el cura apoyaba la opción de los agricultores, que consistía que el agua se repartiera proporcionalmente a las tierras que cada uno poseía. Sin embargo, a pesar de su fallecimiento, esta opción fue la triunfadora.

Este sacerdote dejó en usufructo sus propiedades a su hermana Hortensita, entre ellas la Finca de Tocodomán. Cuando ella falleciera pasarían a la Diócesis Canariensis. Aquélla, a su vez, se la dejó a mi padre para que la administrara.
Tocodomán es un barrio de La Aldea, situado a unos 5 ó 6 km, camino del vecino pueblo de Mogán.


En los momentos de bonanza mi padre convirtió tierras que eran eriales en otras de regadío. Los medianeros eran Juan Rodriguez, su esposa e hijos, a los cuales los considerábamos como de la familia
Los sábados yo era el encargado de llevar la paga de los trabajadores a Tocodomán. Había que ascender un buen desnivel, por lo que era pesada la subida en una bicicleta sin cambios.


Un día mi padre me dio un cheque por valor de 40.000 pesetas, que era un dineral para la época. En el banco me dieron un fajo de billetes de 100 ptas, eran demasiado usados, por lo que el conteo me costó un poco, tanto que don Manuel, el director del Banco Bilbao, situado entonces en la casa que luego habitó Manuel Ruiz, en La Placeta, me dijo:


-Chico, a ese paso vas a terminar mañana.


Me quedé colorado, puesto que la sucursal bancaria estaba llena de gente y tardé un poco en contar el dinero.


Siempre llegaba sobre la una de la tarde a Tocodomán, hora en que solían "soltar" los sábados.


Finalmente, quedaron dos buenas trozos de terreno, separados por la ruta hacia Mogán.


Cierto día mi padre estacionó su camión en la carretera, la cual era de tierra. Mi hermano Octavio y yo nos encontrábamos sentados en la cabina y yo jugaba con la palanca de cambios y con los pedales. Al cabo de un rato vimos como se acercaba un camión y yo le grité a mi padre:


-Papá, ¡viene un camión, yo lo voy poniendo en marcha!


Y diciendo esto, arranqué el motor y el camión dio un salto tremendo hacia adelante, pues estaba puesta una marcha. Enseguida apreté con todas mis fuerzas el pedal del freno, pero al mismo tiempo tenía pisado a fondo el acelerador, por lo que el camión, encabritado, iba arrastrando sus ruedas por la carretera. Cuando me percaté de ello, quité el pie del acelerador y el camión se quedó totalmente parado. En ese momento llegó mi padre, saltando al estribo. Estaba lívido. No pronunció palabra alguna.


Luego me percaté del peligro a que habíamos estado expuestos cuando vi las huellas de las ruedas muy marcadas en la seca carretera de tierra y que unos cientos de metros más abajo estaba el precipicio que iba a dar a un profundo barranco.


Mi ángel guardián siempre me ha protegido y gracias a él he podido salvar la vida varias veces, al cual estoy muy agradecido.
Glosario
Voladores.- Cohetes que se tiran en las fiestas o en señal de júbilo.
Cacique.-1. Persona que en un pueblo ostenta demasiada influencia. 2. Déspota, autoritario.
Soltar. -Terminar su jornada laboral.

viernes, 17 de octubre de 2008

¡Qué veranos aquéllos!

Playa de La Aldea. Foto Juan Antonio.
Una vez que terminaba el curso, si habíamos aprobado, nos la prometíamos muy felices porque íbamos a disfrutar de las vacaciones de verano, que duraban unos tres meses en aquella época.
No había mucho en qué entretenerse, pero entre ir a la playa, jugar al fútbol y pasear en la plaza por las tardes, donde nos reuníamos los del pueblo con los veraneantes forasteros, teníamos casi todo el día ocupado.
Al finalizar un curso, de contento que estaba, exclamé:
-Este verano me lo voy a pasar en grande, los tres meses tirado en la playa fumando.
Me compré una caja de cigarrillos y me fui a la playa con los amigos. Me fumé tres o cuatro y ya no quise fumar nunca más, como verán no me gustó nada.
Antes de que mi padre me regalara una bicicleta, por haber aprobado un curso, hacía trueque con los amigos. Jorge "Pasote" y Adolfo me prestaban sus bicicletas y yo les daba mangos que traía de la finca de mi padre en Castañeta. Yo me divertía con sus máquinas y ellos degustaban la deliciosa fruta.
Una vez me dirigía a la playa, situada a unos 4 ó 5 kilómetros del pueblo, cuando se me reventó una goma de la bicicleta de Jorge, por la vuelta de Abrahanito, por lo que tuve que recorrer el camino de vuelta caminando, con la bicicleta a rastras.
Otra vez iba conduciendo el auto de Don Juan Márquez, que había sido mi maestro en Educación Primaria, su esposa Encarnita. Como era una conductora novel, iba despacio. Yo en bicicleta competía con ella. La señora me pasaba en las rectas largas y yo me aproximaba en las curvas y a continuación la pasaba. Sólo se pudo distanciar de mí en la recta de la playa, que tiene un kilómetro de longitud. Yo quería impresionar a la hija de mi maestro, que iba en el coche, por la cual yo bebía los vientos.
Y así pasábamos los veranos, los cuales se me hacían larguísimos y siempre deseaba que empezaran las clases.

lunes, 13 de octubre de 2008

Viaje en burro al motor del gofio

Foto Google
La Aldea era un pueblo hospitalario, amistoso y donde casi todos éramos conocidos. Había muy buen ambiente y camaradería.
Un día mi madre nos pidió a mi primo Antonio y a mí que lleváramos un saco de millo, que ella había tostado en casa, al motor del gofio de los Rodríguez, justo en el mismo sitio donde tenían la central eléctrica para suministrar energía al pueblo.

-Vayan primero a pedirle el burro a José Álamo, puesto que el saco pesa mucho- Y prosiguió mi madre- No se preocupen, yo ya hablé con él.
El burro era de buen porte y tenía fama de manso. Su dueño lo prestaba al que lo necesitaba.

José Álamo era propietario de la herreria, en la cual trabajaban todos sus hijos. Era pariente de mi padre, por parte de mi abuelita María.

Nos cargaron el saco de gofio en el animal y emprendimos la marcha. Tomamos la calle principal abajo hasta llegar al Barranquillo de la Plaza. Desde allí nos dirigimos hasta el barranco.

Cuando nos encontrábamos a medio camino, nos tropezamos con un muchacho mayor, a quien llamaban Manolo el Gánster, por las razones que ustedes pueden imaginar. Éste, sin mediar palabra, nos quitó el saco de millo y lo tiró al suelo, saltando sobre él durante un tiempo. Finalizada su fechoría, se marchó.

Tuvimos que esperar a que pasara una persona mayor para que nos cargara otra vez el saco en el burro. Entonces proseguimos la marcha hasta llegar al motor del gofio. Emiliano, que era la persona encargada, recogió el saco y nos entregó el comprobante.

Al fin, regresamos a nuestra casa sin más problemas.
Glosario
Millo = Maíz
Gofio = Harina de maíz
Motor del gofio = Molino de gofio

martes, 7 de octubre de 2008

El farmacéutico


En esta calle nací y viví muchos años. Se encuentra delante del Ayuntamiento, edificio de dos plantas, frente del primer farol. (Foto Google)

La primera farmacia que hubo en La Aldea fue la de don José Socas López. Estaba situada en una casita ubicada detrás de la Plaza antigua, subiendo por la calle donde vivía Mariquita Salomé, al fondo. En la misma casa que vivió más tarde don Antonio el alguacil.

Don José era un señor de carácter adusto. Los niños le teníamos miedo.

Cierta vez mi madre nos mandó a comprar un medicamento a la farmacia a mi primo Fidel y a mí. Cuando llegamos, el farmacéutico le dijo a su hijo:

- José Mari, tráeme las tijeras que voy a cortales las orejas a estos niños.

Nada más escuchar esa amenaza salimos corriendo y ya no aparecimos nunca más por allí solos.

Otra vez fui acompañando a mi madre a comprar un medicamento que le había recetado don Paco, el médico, a mi abuela Eloisita. Mi madré tropezó y se raspó las rodillas, por lo que tuvimos que regresar para ser curada.
Ese percance tuvo lugar debido a que estaban arreglando la calle situada entre la Plaza y la casa de Mariquita Salomé. Me acuerdo que había grandes zanjas que dificultaba el paso de las personas.
Más tarde se establecería otro farmacéutico, don Tomás, persona muy querida en el pueblo, con su esposa doña Carmen. Ambos fueron profesores míos en el Colegio Sagrado Corazón.


viernes, 3 de octubre de 2008

LaTiempos de la zafra del tomate

Antigua iglesia de La Aldea de San Nicolás

Nuestro pueblo era tranquilo, pero en tiempos de la zafra del tomate, llegaba mucha gente a trabajar en las fincas y en los almacenes de empaquetado, puesto que existía por aquella época una economía pujante.

Las cajas de tomates eran transportadas por grandes camiones, la mayoría eran de propiedad de los exportadores, de los particulares destacaba Pepe Déniz.

Para trabajar en los almacenes llegaban unas chicas preciosas procedentes de los pueblos cumbreros, principalmente; también de otras islas.

Muchos de los chicos del pueblo se echaban novias forasteras. Yo tuve muy buenas amigas entre ellas, algunas de las cuales vivían en la cuartería de los Rodríguez Quintana, en el Barranquillo La Plaza. Otras en las de Pepito Franco, Manuel Ruiz, Angulo.

Cuando terminaba la zafra íbamos a despedirlas apenados, para que fuera menos la tristeza, celebrábamos una pequeña fiesta con ellas.

Al final, cada año terminaba con la misma despedida, casi con lágrimas en los ojos:

-¡Hasta el año próximo!

miércoles, 1 de octubre de 2008

Las hogueras de san Juan


Foto Google
Cada 23 de junio nos reuníamos los muchachos de La Aldea para ir a la montaña a recoger ahulagas para la hoguera de san Juan.

La primera vez que fui invitado tenía unos diez años, era de los más pequeños. Nos reuníamos en la plaza del pueblo y marchábamos a la montaña, a la altura del campo de fútbol actual, en Los Cascajos.

Subíamos hasta la cueva situada debajo de la Cruz del siglo. Allí descansábamos un rato y luego partíamos hacia el barranquillo elegido.

Los mayores iban cortando las ahulagas y las hacían rodar con varas, barranquillo abajo.

En una de éstas, yo me quedé por debajo de la enorme bola de arbustos. Los mayores me pidieron que me situara detrás de una roca grande, para que las ahulagas pasaran por encima.

Para mí fue traumatizante, ¿cómo podría pasar por encima?, ¿y si me quedaba atrapado? Tanto insistieron los chicos mayores que me coloqué allí y no me pasó nada.

Ese momento quedó grabado en mi mente durante toda la vida.

El primer lugar donde hicimos la hoguera, que yo recuerde, fue en el solar donde se construyó poco después el cine nuevo. Al fondo del mismo había unas palmeras enormemente altas.