domingo, 29 de marzo de 2009

Aldea de San Nicolás, Antonio Quintana el "Indiano"

Antigua plaza de La Aldea de San Nicolás, Gran Canaria, España.

Muchos aldeanos tuvieron que emigrar a Cuba y Venezuela en busca de nuevos horizontes, ya que en la isla de Gran Canaria no había trabajo, ni porvenir para los jóvenes.

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Mi padre me contó muchas historias interesantes de mi abuelo Antonio Quintana, a quien apodaban el "Indiano", tanto de su estancia en Cuba, como en La Aldea.

Él había emigrado en la segunda mitad del siglo XIX y volvió unos años más tarde.

Me contaba que había un exportador, llamado don José, de la capital de la isla, que iba a recoger tomates que cosechaban algunos agricultores de La Aldea, durante toda la zafra.

Cuando terminaba el período de recolección de la fruta, los labradores se acercaban a la capital, con la intención de cobrar. Al llegar a la oficina cada uno de ellos, don José le saludaba atentamente:

-Buenos días, ¿qué le trae por aquí?

-Vengo a cobrar- le respondía respetuosamente.

Don José, muy amable le contestaba:

-No se preocupe, voy a buscar el dinero para que usted regrese al pueblo sin dilación.

Pero pasaban las horas y don José no regresaba, por lo que el agricultor tenía que volverse cabizbajo al pueblo, con las manos vacías.

Y así sucedía una y otra vez al ir a cobrar los tomates que habían cosechado con tanto trabajo.

Un día don Antonio, el "Indiano", manifestó su decisión de ir a cobrar los tomates.

-¿Para qué vas a ir?- le preguntaban sus familiares y amigos.- Ya sabes lo que siempre hace don José . Además, hay unos asaltantes a mitad del camino que roban a todo el que pasa.

-No se preocupen, yo estaré de vuelta con el dinero.

Se fue a la ciudad y al llegar a la oficina saludó:

-Buenos días, don José. Vengo a cobrar los tomates.

-Muy bien, don Antonio, enseguida salgo y se lo traigo.

-No, don José. Usted no se ausenta de aquí- le dijo con determinación.

-Pero aquí no tengo el dinero, por lo que tengo que ir a buscarlo.

-Usted no sale de aquí. Mande a buscarlo- reiteró.

Por mucho que insistió don José, no consiguió que mi abuelo cediera a su petición. Por lo que tuvo que llamar a su esposa, que se encontraba en el segundo piso, para que fuera a buscarle el dinero.

Una vez que la esposa regresó con "los cuartos", don José le pagó a mi abuelo y le dijo:

-Por favor, don Antonio, le ruego que no le comente a nadie que usted cobró.

Él tomó de nuevo el camino de regreso al pueblo y al llegar, todo el mundo, asombrado, le preguntó:

-Pero, don Antonio, ¿cómo logró cobrar? ¿Y cómo consiguió soslayar a los asaltadores que siempre están apostados a medio camino?

-Muy fácil, les contestó mi abuelo. Cuando llegué, le dije a don José que no regresaría al pueblo sin el dinero. Y cuando pasé por donde estaban los bandidos, yo iba disfrazado de mendigo, con un saco en el hombro, con el capital dentro.- ¿Cómo iban a asaltar a un mendigo que no tiene ni para comer?

La fama de don Antonio de hombre serio y que se dejaba respetar era de todos conocida, pero es exagerado como lo pintó un fabulador que escribió un libro basado en viviencias del pueblo, en el que contaba que él se paseaba por La Aldea con un pistolón en la cintura que hasta la Guardia Civil le tenía miedo.
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Foto tomada de la Red

sábado, 14 de marzo de 2009

La Playa de La Aldea de San Nicolás

La Playa de La Aldea quedó grabada en mi mente desde los primeros tiempos que la visité, cuando nuestra madre nos llevaba a bañarnos en unos charcos que había al lado del muelle, desaparecidos para siempre después de las obras de construcción del nuevo dique.
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.En la foto podemos apreciar en primer plano la playa de La Caletilla, desde allí nadábamos hasta el muelle. La primera vez que crucé esta distancia lo hice gracias a que mi amigo Gilberto Ramírez me prestó sus aletas. Esa proeza quedó en mi mente, pues nunca pensé que lo pudiera conseguir.
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La parte de playa que sigue la llamábamos Las Barquillas, porque era donde descansaban las barcas después de su pesado trabajo en alta mar o en las proximidades de la costa.
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La gente tomando el sol por Las Barquillas. Al fondo se aprecia el Roque, que era el lugar donde nuestros padres nos llevaban a almorzar algunos días de verano.
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Foto: Juan Antonio
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Este es el Puerto. No sé exactamente el motivo de llamarle así a esta hermosa playa de arena dorada.
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Es un lugar tranquilo, donde no va mucha gente, pues hay que llegar bordeando la costa a pie, entre rocas, evitando algunos erizos y rasparse con las piedras. La costa por esta zona es alta y rocosa; cuando sube la marea es imposible acceder al puerto o regresar al muelle, por lo que hay que tomar un sendero por la montaña.
El gentío que se aprecia está disfrutando de la fiesta de El Charco, que está considerada de interés turístico nacional. Se celebra el 11 de septiembre, un día después del día de San Nicolás de Tolentino, patrón del pueblo.
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Ya expuse todo lo referente a esta fiesta en un post anterior.
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La costa norte de la isla, desde la capital, Las Palmas de Gran Canaria, hasta el sur es alta y rocosa, adornada de vez en cuando por hermosas playas de arena negra, sembrada de pequeñas piedras a las que tuvimos que acostumbrarnos. Y cuando íbamos a una de arena, las echábamos de menos.
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Una vez hicimos una excursión desde La Aldea a la Playa de Maspalomas, que se encuentra en el sur de la isla. Invitamos a Ángela, una amiga de mi hija. Cuando regresamos le preguntamos si le había gustado aquella playa.
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Ella contestó:
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-Estaba bien, pero la arena me ensuciaba los pies.
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Cada vez que regreso al pueblo de vacaciones, no dejo de ir a la playa a bañarme por el Muelle, que es como una piscina, y por el Puerto, donde puede uno pasar un rato agradable y tranquilo, respirando el aroma del terruño que nos vio nacer.
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Los baños están recomendados para aliviar varias patologías o para mantenerse en forma. Tenemos la gran suerte que nos podemos bañar durante todo el año en Canarias, pues el agua se conserva siempre a muy buena temperatura.
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Fotos tomadas de la red

martes, 3 de marzo de 2009

Nuestros juegos infantiles


¡Cuánto disfruté cuando niño!

Me pasaba la mayor parte del tiempo jugando y tuve la suerte de tener unos padres maravillosos. Eran personas de paz y de amor, por lo tanto, en nuestra casa reinaba la armonía.

Yo estaba loco por el balón. Siempre que podía, que era casi todo el tiempo, jugaba al fútbol. Parecía que estaba en la gloria cuando jugaba partidos o simplemente acariciaba el esférico como si fuese el más preciado tesoro.

Quería emular a Di Stéfano, a Puskas, a Gento, a Kopa...Jugadores del Real Madrid que se paseaban por el Viejo Continente ganando Copas de Europa.

En las tardes que no practicaba fútbol, me reunía con los amigos para jugar al trompo, o peonza. Recuerdo cuando teníamos que recorrer una distancia golpeando con nuestro trompo a otro hasta llegar a la meta. En el recorrido había que salvar profundos charcos, hoyos o pistas polvorientas. Son recuerdos que quedan en el cerebro para siempre.

Otras veces llegaba el tiempo de levantar estampas o cromos, con la palma de la mano.

También jugábamos a la laja de piedra, que lanzábamos hacia un pivote, llamado tángara, que se encontraba a una cierta distancia. Sobre él colocábamos estampas, monedas u otros objetos, y el que quedara con su laja más próxima a ellos sería el ganador.

Por la noche nos gustaba jugar al escondite. Era curioso cómo había niños que podían permanecer mucho tiempo escondidos encima de un árbol o daban una increíble vuelta, para luego aparecer por el lugar menos esperado.

Un juego que me encantaba consistía en hacer un círculo en el que se encontraba una pelota en el centro. Cada uno de los niños había elegido un equipo de fútbol y nos colocábamos al borde del círculo. Al ser nombrado, teníamos que coger la pelota y lanzarla contra alguien que corría para evitar el pelotazo.

Se escuchaba:

-Bayer Munich- y salía a recoger la pelota el niño que había tomado el nombre de ese equipo.

-Real Madrid- y partía raudo otro para intentar darle a algún compañero.

-Oporto...Pum...¡Ah, qué pena, no le di!

Había que golpear a alguien con la pelota para conseguir un punto y los otros evitar que les alcanzaran.

En el juego no se escuchaba que jugaran Pepe, Juan o Andrés. Sólo los nombres de los equipos, conocidos en aquellos tiempos por jugar en la Copa de Europa.

Otro juego divertido era "la cogida" que nosotros llamábamos "carabina", que consistía en que se quedaba uno para ir cogiendo a los demás. El que fuera tocado quedaba eliminado.

Muchos otros juegos aún permanecen en nuestra retina y en nuestro corazón, así como aquellos amigos que nos acompañaron en tan deliciosa época.