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domingo, 1 de mayo de 2011

La Aldea de San Nicolás: Porque es mía


No amo a La Aldea por sus inigualables playas
El Roque, Las Barquillas, La Caletilla o El Puerto
ni por las espléndidas montañas de Los Cedros, ni Hogarzales
tampoco por el alto Pico de La Inagua, ni por Risco Redondo
aunque siempre los llevo muy presentes en mi alma,
tampoco por el Caidero de Las Huesas, ni por la Cueva del Mediodía.

No amo a La Aldea por su hermoso y fértil valle
ni por el entrañable y añorado Barranco Grande
tampoco por el cálido y embriagante aroma del pueblo
ni por la calidez y hospitalidad de sus gentes
tampoco por los sueños que desde niño me acompañan
rememorando los inefables momentos pasados en él.

¿Saben ustedes porqué la amo?

Yo la amo porque es el pueblo de mis abuelos, padres y hermanos.

Yo la amo  porque es mía.

Fotos Aéreas de Canarias

Foto de la Playa de La Aldea
antes de la construcción del muelle.

lunes, 24 de agosto de 2009

Gran Canaria. ¡Qué bella es mi tierra!

El Parque Natural Tamadaba abarca parte de los municipios de Artenara, Agaete y La Aldea de San Nicolás.
Se extiende desde la cumbre hasta el mar. Destacan los Macizos Altavista-Tirma y el de Tamadaba.
Los acantilados de Faneque y Andén Verde besan el mar isleño con amorosa devoción
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Imponente macizo que besa el mar y acaricia el nítido cielo isleño
sinfonía de montañas que nos seduce con su mágica música.
Nuestra alma acaricia cada piedra, cada barranco y cada ladera
nos deslizamos suavemente por los imponentes acantilados
como lo hace un niño en los brazos de su amorosa madre
y llegamos a las cálidas y límpidas aguas que nos refrescan y acarician
nos bañamos y nos sumergimos hasta tocar el sagrado fondo marino
jugamos con los peces de colores que adornan nuestro mar
y quedamos extasiados ante la maravillosa obra de la Naturaleza.
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Es una magnífica basílica adornada con bellas estructuras pétreas
el templo donde se guarda toda la existencia de un pueblo noble
la catedral erigida en honor a los canarios de todas las épocas y lugares
el almogarén donde los aborígenes realizaban sus rituales y observaban el cielo
es el más grande y esplendoroso regalo que recibimos los isleños.
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Navegamos en el ferry en dirección a la isla hermana de Tenerife
y observamos a lo lejos los extraordinarios Macizos adornados por el mar azul
y que en suave declive acarician y besan el sublime mar por la Punta de La Aldea.
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Bella mi tierra, bellas mis montañas y barrancos, bello el sentir isleño.
Esta maravillosa obra del Creador la llevo prendida en mi retina y en mi alma
me acompaña dondequiera que me encuentre, es mi eterna compañera de viaje
la que me consuela, la que me sonríe y la que me atrae hacia sus brazos
cada vez que sueño y pienso en ella, y muero si estoy lejos de su esencia.
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Foto Juan Antonio
Junio 2009

viernes, 10 de abril de 2009

Aldea de San Nicolás. La calle de mis juegos

Los Beatles inmortalizaron la calle "Penny Lane", en Liverpool, dedicándole una canción que siempre me encantó. Era una forma deliciosa de describirla, con sus personajes y otros hechos significativos.
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Hoy quiero recordar la calle en la que pasé los años de mi niñez y de mi adolescencia.
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Era la calle General Franco. En el número 43 nacimos todos los hijos de Antoñito Quintana y de Purita Hernández, mis padres.
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Los primeros juegos tuvieron lugar en la finca en la que posteriormente fue construido el Cine Nuevo, el Moderno Cinema. Recuerdo muy bien la última vez en que hicimos la hoguera de San Juan, antes de su construcción. Fue una noche mágica, pues había una oscuridad inmensa, pero las llamas iluminaban todo el lugar y nosotros, como fantasmas, corríamos y saltábamos a su alrededor. Al año siguiente empezó su construcción y poco a poco se elevó casi hasta el cielo, según la apreciación de mi estatura. Me asombraba ver a los albañiles colgados en aquellos andamios que parecían que estaban en el aire.
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Frente a mi casa se encontraba el Ayuntamiento. Veía cómo entraba y salía gente a resolver sus asuntos. Algunas veces llamaban a mi padre para que sirviera de testigo en algún asunto. O para pedirle algo, como sucedió con Emiliano Camejo, que le pidió unos duros para salir del paso en el Juzgado, y nunca más los recuperó.
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Mi madre algunas veces le comentaba:
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-Eres demasiado bueno, Antoñito. Hasta el día en que nos casamos, tenías unos duros y se los prestaste a Emiliano, y fuiste más pelado al matrimonio que una naranja.
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Junto al Ayuntamiento vivían las hermanas Carmita y Evelia Afonso. La primera fue cofundadora del Colegio Sagrado Corazón de Jesús y profesora nuestra en el primer curso, en un aula arrendada a Paquita, en la Plaza.
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Mis padres se llevaban tan bien con Evelia, que yo pregunté:.
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-Papá, ¿ por qué no te casas con ella?
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-Porque no me pueden dar dos casares.-Me contestaba riéndose.
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Al lado de la casa de las hermanas Afonso, se encontraba la de Pepito León. Allí asistiamos a unas clases de repaso de Matemáticas, con unos alumnos mayores, pues el Colegio tenía arrendadas unas aulas.
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Pepito era un mago para los números, pero yo no sabía que era también un predistigitador. Una vez, mientras impartía clases de contabilidad, tiró un fósforo, y quedó en posición vertical, según me comentó uno de sus alumnos. ¡Increíble!
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Al lado del cine vivían las hermanas Blanquita y Asunción Segura, y junto a su casa se encontraba La Herrería de José Álamo. Era muy popular, pues állí arreglaban desde coches, motos, bicicletas, motores, hasta pequeños artilugios metálicos o construían piezas que ya no se encontraban en el mercado.
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Al lado de mi casa había un camino al que llamábamos El Callejón, que conducía a los Cascajos, junto al cauce del barranco, y a las fincas que se encontraban en la parte posterior de mi hogar. Por un postigo de la cocina, divisando las fincas de tomateros y un cañaveral que las separaba, mi abuela Eloisita nos avisaba, silbando, para que nos personáramos a almorzar.
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En la bajada de ese callejón había un cuarto, bastante espacioso, que heredé de mi primo Abel. Allí yo vivía prácticamente todo el tiempo, menos a la hora de ir a comer, que lo hacía en la casa. Nos comunicábamos por medio de un agujero que unía los dos niveles.
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Cuando inauguraron el Cine Nuevo, construyeron un cuarto, junto al mío, que daba cabida a un poderoso motor. Éste me hacía la vida imposible desde las diez a las doce de la noche, los días entre semana, y los fines de semana, desde las cinco de la tarde en adelante. Me supongo que la potencia del alumbrado público no era suficiente, por lo que tenían que ayudarse de ese potente motor. Producía un ruido estruendoso que hacía retumbar las paredes.
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Lamentablemente eran tiempos de la Dictadura en que nadie osaba presentar una denuncia ante tales atropellos. Los poderes político y económico no podían tener réplica.

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Frente a La Herrería se encontraba La Barbería de Antonio (A. Suárez Ojeda). Ésta era un lugar entrañable a la que asistí desde mis primeros años.
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Cada día pasaba a leer los periódicos, especialmente la sección de deportes. Los lunes había que ir temprano, pues la Hoja del Lunes estaba muy solicitada, pues todos seguíamos a la Unión Deportiva Las Palmas, primero en Segunda División y luego, en tiempos de Tonono, Guedes, Germán y Castellano, en Primera. También estábamos pendientes de los triunfos del Real Madrid en la Copa de Europa, con aquella delantera de ensueño Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento.
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Cuando jugábamos en el campo de fútbol de la finca de los Calixto, de regreso pasábamos sudorosos y exhaustos por la barbería a tomar agua fresca del porrón que siempre estaba dispuesto para tal efecto, con el fin de hacer un descanso y recuperarnos.
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Allí siempre había una amena tertulia, con el humor socarrón que caracterizaba a los asiduos asistentes. Nunca faltaba Rafael, mi padre, y gente de todos los barrios que pasaban a saludar y se quedaban un rato participando de la charla.
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Una vez me encontraba en el sillón giratorio, leyendo el periódico, mientras Antonio me pelaba.
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Él con otro señor mantenían este diálogo:
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-¿Y cuánto dices que te costó la finca?
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-Veinte millones, le contestó el otro. -También le compré el camión y el ganado de cabras. Los veinte trabajadores que tenía siguen conmigo y voy a contratar a otros veinte.
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Yo no estaba prestando mucha atención, pero me sonó que era un ricachón el que charlaba. Me di la vuelta y observé que era Rafael. Entonces ellos se partieron de la risa al ver que yo me había interesado en saber quién era el potentado que hablaba.

Esta calle era el lugar de juego de todos los niños de esta zona. Delante del Cine Nuevo jugábamos al fútbol o a darle a la pelota con la cabeza o con el pie, sin dejarla caer. El sitio ideal para jugar a la chapa era en los escalones del cine o delante del bar del mismo. Ese sitio también era el elegido para jugar a levantar estampas, cromos.
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El momento elegido era el mediodía en que no pasaban vehículos. Por la tarde nos íbamos a la Plaza, o Alameda, en que jugábamos a la cogida, a pompa, al escondite y a cualquier juego que alguien propusiera.
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Ya por la noche, jugábamos partidos de fútbol muy entretenidos. Había que tener calidad y saber jugar con los elementos del parque, como las paredes, el kiosko, los parterres y las salidas, dos de las cuales eran las porterías.
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Llegábamos cansados a nuestras casas, pero contentos de tanta diversión y haberlo pasado tan bien con los amigos.

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Foto tomada de la Red

sábado, 15 de noviembre de 2008

Nueva visita a la ciudad

Foto: Puente de Piedra y Catedral de Las Palmas de Gran Canaria

-Mañana tengo que ir a Las Palmas, ¿te gustaría acompañarme!?- me preguntó mi madre.

Yo exclamé muy feliz: ¡Desde luego, me encantaría!

Ya me imaginaba el viaje en el pirata de Paco Matoña, llegar a Camino Nuevo y tomar café con leche y unos ricos churros en la legendaria cafetería Los Ángeles. Toda una aventura para un niño pequeño que rara vez salía del pueblo más alejado de la isla.

Cuando permanecíamos unos días en la ciudad, nos alojábamos en casa de mi tío Fidel, en la calle Juan Rejón, frente al Castillo de la Luz.

Muchas veces jugaba en el parque del castillo con mi primo Fidel. Con él y sus amigos también me iba a jugar divertidos partidos de fútbol en las playas de Las Canteras y Las Alcaravaneras.

Muy cerca se encuentra el Mercado del Puerto. Allí acompañaba a mi madre a comprar pescado a Fortunata, que tenía un puesto de ricas samas. Siempre adquiría una pieza de 10 a 15 kg . Al llegar al pueblo lo freía y nos deleitábamos comiendo de él durante dos o tres días. ¡Qué delicioso era!

Por aquel tiempo en el Puerto de la Luz había un floreciente mercado pesquero, con flotas de todo el mundo. El pescado era muy económico, a unas 7 pesetas el kg, que vendría siendo actualmente a menos de 5 cts de euro. Más tarde España entregó a Marruecos el banco canario-sahariano, de abundante fauna piscícola, y, a consecuencia de esto, subió de precio vertiginosamente, con lo que no se pudo comprar nunca más tantos kgs.

Una visita obligada para los niños era La Plaza de Sta. Ana, frente a la Catedral y al Ayuntamiento, adonde se llegaba cruzando el Puente de Piedra, sobrel el Barranco Guiniguada. En esta plaza hay unas estatuas de perros, en las que los niños nos subíamos a jugar y nos solían hacer fotos como recuerdo.

Plaza de Santa Ana
Tanto el Puente de Piedra como el Barranco ya no existen, en su lugar se encuentra el Acceso a Tafira, por lo que la ciudad perdió el aire romántico que le daban, junto al Puente de Palo.

Luego, después de un largo recorrido por la carretera de las mil curvas, regresaba a La Aldea, feliz de esta nueva aventura en la ciudad.


Glosario


-Piratas. Coches particulares que funcionaban como taxis de forma ilegal y eran perseguidos por la Guardia Civil.
-Nombre de la capital: Las Palmas de Gran Canaria, aunque la gente lo denomina Las Palmas.
-Camino Nuevo: La confluencia de las calles Bravo Murillo con Perojo

-La foto de la Catedral y del Puente de Piedra es del año 1.913, pero perduró la zona sin cambios hasta el derribo de éste.

-Sobre el Barranco Guiniguada se construyó una pista de Acceso al centro de la isla.

Después de construida la circunvalación a la ciudad, se piensa derribar esa carretera para volver a contar con el barranco en su forma original. Solían plantar flores y árboles allí, pero las crecidas por las lluvias se lo llevaba todo al mar.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Viaje de Fin de Carrera


Al terminar nuestra carrera, con 17 ó 18 años, nos merecíamos realizar un viaje como premio a nuestro trabajo durante tanto tiempo.
Decidimos viajar a la isla de Lanzarote. Éramos tres chicos: Paquito, Juan José y yo; y ocho chicas: María, Juana, María de los Ángeles, Ana María, Fátima, Rúper y Ufe.

Los tres amigos nos dirigíamos al Puerto de la Luz para tomar el barco, que era un cascarón con un olor nauseabundo, cuando se me ocurrió comprar medio saco de pan en una panadería de la calle Juan Rejón, y una lata de mortadela Tulip en una tienda próxima.

A mis amigos no les pareció buena idea la compra que hice:

-Juan Antonio- me dijeron: ¡Para qué compras tanto pan! ¡No lo vamos a necesitar! Llevamos dinero para comer en restaurantes.

Yo les contesté:

-Nunca se sabe, hay que estar prevenidos.

Tomamos el barco a las doce de la noche. Al principio nos encontrábamos muy felices con el vaivén de la nave, pero cuando se internó mar adentro ya todo cambió. Nos acostamos donde pudimos, en las butacas, en el suelo o en alguna litera que estaba libre. Cuando nos mareábamos, teníamos los baños muy cerca, aunque el olor era tan desagradable que era peor el remedio que la enfermedad, por lo que nos provocaba vómitos nada más entrar.

Llegamos a Arrecife, la capital de la isla de Lanzarote, por la mañana. Dimos una vuelta para ir conociéndola y finalmente tomamos un taxi para llegar hasta un bungalow que nos había prestado el padre de María de los Ángeles, que se encontraba fuera de la ciudad, en La Caleta, a unos 5 kilómetros. En él sólo nos alojábamos los chicos. Nuestras compañeras se quedaban en un hostal en el centro.

Para volver a la ciudad lo hacíamos a pie, puesto que no nos podíamos comunicar con la parada de taxis para solicitar uno.

Cada día nos reuníamos con las chicas para realizar algunas excursiones como a Los Jameos del Agua, a la Montaña de Fuego y otros lugares de interés de la isla.

Un día se nos quedó la llave dentro del bungalow y tuvimos que regresar a la ciudad en busca de ayuda. Hablamos con un guardia municipal que había sido luchador de lucha canaria, él nos dijo que había sido el famoso Pollo de Arrecife. Nos comentó que la única solución era derribar la puerta o una ventana . Estábamos muy preocupados, pues no queríamos deteriorar nada del bungalow del padre de nuestra amiga.

Buscamos un hotel donde pernoctar, pero todos estaban ocupados, por lo que nos quedamos en una construcción, previo permiso del vigilante. Dormimos encima de unos bloques de hormigón. Por la mañana, nos levantamos molidos y oliendo a cemento.

Al día siguiente regresamos al bungalow con fe en que se iba a solucionar sin tener que deteriorar ningún elemento de la casa. Estuve observando detenidamente, hasta que me decidí a dar un empujón a una ventana y se abrió, por lo que dimos gritos de júbilo por haber resuelto el problema sin ocasionar ningun daño a la casa.

Otro día nos reunimos con nuestras compañeras para ir a la discoteca "El volcán". Estuvimos un buen rato pasándolo bien. Cuando terminamos, los chicos decidimos irnos a una verbena al pueblo de Tinajo.

Nos llamó mucho la atención que para invitar a una chica a bailar, primero había que pedirle permiso a su mamá y luego a ella. Y cuando terminaba una pieza, la chica volvía a sentarse y había que repetir el procedimiento tantas veces como uno quería bailar con ella.

Al fin regresamos en un taxi. Nuestro amigo Juan José tomó tantos vasos de vino que quedó en no muy buenas condiciones. Se da la circunstancia que en ese momento el vaso de vino era más barato que el de agua, y como quería matar la sed...

Un par de días antes de regresar, recibimos la visita de unos boy scouts. Ninguno tenía nada para comer y estábamos muertos de hambre. Entonces recordé el saco de pan que había comprado y la lata de mortadela. Aunque el pan ya estaba duro, nos lo comimos entre todos, junto con la mortadela, entre cantos, chistes y anécdotas. Realmente pasamos un buen rato con aquellos eventuales compañeros.

Yo les comenté a mis amigos:

-¿¡Se dan cuenta que fue buena idea el traer el saco de pan y la mortadela!?

Ellos no contestaron, sólo asintieron con la cabeza.

Al fin regresamos felices por la experiencia del viaje, y de haber visitado la hermosa isla de Lanzarote.

martes, 7 de octubre de 2008

El farmacéutico


En esta calle nací y viví muchos años. Se encuentra delante del Ayuntamiento, edificio de dos plantas, frente del primer farol. (Foto Google)

La primera farmacia que hubo en La Aldea fue la de don José Socas López. Estaba situada en una casita ubicada detrás de la Plaza antigua, subiendo por la calle donde vivía Mariquita Salomé, al fondo. En la misma casa que vivió más tarde don Antonio el alguacil.

Don José era un señor de carácter adusto. Los niños le teníamos miedo.

Cierta vez mi madre nos mandó a comprar un medicamento a la farmacia a mi primo Fidel y a mí. Cuando llegamos, el farmacéutico le dijo a su hijo:

- José Mari, tráeme las tijeras que voy a cortales las orejas a estos niños.

Nada más escuchar esa amenaza salimos corriendo y ya no aparecimos nunca más por allí solos.

Otra vez fui acompañando a mi madre a comprar un medicamento que le había recetado don Paco, el médico, a mi abuela Eloisita. Mi madré tropezó y se raspó las rodillas, por lo que tuvimos que regresar para ser curada.
Ese percance tuvo lugar debido a que estaban arreglando la calle situada entre la Plaza y la casa de Mariquita Salomé. Me acuerdo que había grandes zanjas que dificultaba el paso de las personas.
Más tarde se establecería otro farmacéutico, don Tomás, persona muy querida en el pueblo, con su esposa doña Carmen. Ambos fueron profesores míos en el Colegio Sagrado Corazón.


jueves, 25 de septiembre de 2008

La Aldea de San Nicolás, pueblo de difícil acceso


Gran Canaria. La Aldea de San Nicolás, al oeste de la isla.

La Aldea era un pueblo de difícil acceso. En tiempos de mis padres tenían que tomar un barquillo que los trasladara hasta el vecino pueblo de Agaete. Otros hacían el recorrido a pie, subiendo hasta Cueva Grande y desde allí bajaban hasta El Risco de Agaete.

En aquellos tiempos muchos iban a la vecina isla de Tenerife a hacer sus compras, pues les era más fácil ese trayecto en barco que a Las Palmas de Gran Canaria.

De pequeño recuerdo ir en un camión con mi madre, conducido por Juanito Afonso, que transportaba tomates hasta el Puerto de la Luz y de Las Palmas. Subíamos por la pista de tierra que unía El Cruce con la zona de El Mirador, dicha carretera se cortaba cada vez que corría el barranco.

Poco después construyeron una pista bordeando la cadena montañosa, desde la playa. Para salvar el cauce del barranco construyeron un puente, el cual no duró mucho por los embates de las aguas, hasta que finalmente hicieron uno "como Dios manda".

Al principio se utilizaban coches particulares que hacían de transporte público, pero sin licencia, los famosos "piratas", los cuales eran muy perseguidos por la Guardia Civil.

Luego se abrió la línea de los "coches de hora" de A.I.C.A.S.A, de la Compañía Melián, los cuales tardaban 4 horas en llegar a la ciudad, pues hacían muchas paradas.

Por el sur había que subir hasta Artejeves, para tomar luego las degolladas de Tasartico, Tasarte, y Veneguera, hasta llegar a Mogán. Era una carretera estrecha, sin protección y con abismos impresionantes, desde Arteves hasta la degollada de Tasartico.

Recuerdo de pequeño ir en el coche de don Juan Márquez, mi maestro, y con su familia, por el sur hasta la capital. En lo alto de la carretera de Mogán nos encontramos con otro vehículo que venía de frente y mi padre tuvo que dar marcha atrás un largo tramo, pues no cabían dos coches. Todos se bajaron, menos yo, porque había un enorme precipicio y era peligroso.

Por el centro hay otra conexión, por la carretera de las presas, hasta llegar a Artenara, luego se baja o por San Mateo, o por Valleseco. Es una carretera para ir despacio y disfrutar del maravilloso paisaje.