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domingo, 2 de noviembre de 2008

Viaje de Fin de Carrera


Al terminar nuestra carrera, con 17 ó 18 años, nos merecíamos realizar un viaje como premio a nuestro trabajo durante tanto tiempo.
Decidimos viajar a la isla de Lanzarote. Éramos tres chicos: Paquito, Juan José y yo; y ocho chicas: María, Juana, María de los Ángeles, Ana María, Fátima, Rúper y Ufe.

Los tres amigos nos dirigíamos al Puerto de la Luz para tomar el barco, que era un cascarón con un olor nauseabundo, cuando se me ocurrió comprar medio saco de pan en una panadería de la calle Juan Rejón, y una lata de mortadela Tulip en una tienda próxima.

A mis amigos no les pareció buena idea la compra que hice:

-Juan Antonio- me dijeron: ¡Para qué compras tanto pan! ¡No lo vamos a necesitar! Llevamos dinero para comer en restaurantes.

Yo les contesté:

-Nunca se sabe, hay que estar prevenidos.

Tomamos el barco a las doce de la noche. Al principio nos encontrábamos muy felices con el vaivén de la nave, pero cuando se internó mar adentro ya todo cambió. Nos acostamos donde pudimos, en las butacas, en el suelo o en alguna litera que estaba libre. Cuando nos mareábamos, teníamos los baños muy cerca, aunque el olor era tan desagradable que era peor el remedio que la enfermedad, por lo que nos provocaba vómitos nada más entrar.

Llegamos a Arrecife, la capital de la isla de Lanzarote, por la mañana. Dimos una vuelta para ir conociéndola y finalmente tomamos un taxi para llegar hasta un bungalow que nos había prestado el padre de María de los Ángeles, que se encontraba fuera de la ciudad, en La Caleta, a unos 5 kilómetros. En él sólo nos alojábamos los chicos. Nuestras compañeras se quedaban en un hostal en el centro.

Para volver a la ciudad lo hacíamos a pie, puesto que no nos podíamos comunicar con la parada de taxis para solicitar uno.

Cada día nos reuníamos con las chicas para realizar algunas excursiones como a Los Jameos del Agua, a la Montaña de Fuego y otros lugares de interés de la isla.

Un día se nos quedó la llave dentro del bungalow y tuvimos que regresar a la ciudad en busca de ayuda. Hablamos con un guardia municipal que había sido luchador de lucha canaria, él nos dijo que había sido el famoso Pollo de Arrecife. Nos comentó que la única solución era derribar la puerta o una ventana . Estábamos muy preocupados, pues no queríamos deteriorar nada del bungalow del padre de nuestra amiga.

Buscamos un hotel donde pernoctar, pero todos estaban ocupados, por lo que nos quedamos en una construcción, previo permiso del vigilante. Dormimos encima de unos bloques de hormigón. Por la mañana, nos levantamos molidos y oliendo a cemento.

Al día siguiente regresamos al bungalow con fe en que se iba a solucionar sin tener que deteriorar ningún elemento de la casa. Estuve observando detenidamente, hasta que me decidí a dar un empujón a una ventana y se abrió, por lo que dimos gritos de júbilo por haber resuelto el problema sin ocasionar ningun daño a la casa.

Otro día nos reunimos con nuestras compañeras para ir a la discoteca "El volcán". Estuvimos un buen rato pasándolo bien. Cuando terminamos, los chicos decidimos irnos a una verbena al pueblo de Tinajo.

Nos llamó mucho la atención que para invitar a una chica a bailar, primero había que pedirle permiso a su mamá y luego a ella. Y cuando terminaba una pieza, la chica volvía a sentarse y había que repetir el procedimiento tantas veces como uno quería bailar con ella.

Al fin regresamos en un taxi. Nuestro amigo Juan José tomó tantos vasos de vino que quedó en no muy buenas condiciones. Se da la circunstancia que en ese momento el vaso de vino era más barato que el de agua, y como quería matar la sed...

Un par de días antes de regresar, recibimos la visita de unos boy scouts. Ninguno tenía nada para comer y estábamos muertos de hambre. Entonces recordé el saco de pan que había comprado y la lata de mortadela. Aunque el pan ya estaba duro, nos lo comimos entre todos, junto con la mortadela, entre cantos, chistes y anécdotas. Realmente pasamos un buen rato con aquellos eventuales compañeros.

Yo les comenté a mis amigos:

-¿¡Se dan cuenta que fue buena idea el traer el saco de pan y la mortadela!?

Ellos no contestaron, sólo asintieron con la cabeza.

Al fin regresamos felices por la experiencia del viaje, y de haber visitado la hermosa isla de Lanzarote.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Mis primeros recuerdos en la ciudad.

Estatua homenaje a Lolita Pluma

En los primeros tiempos en que nos íbamos a examinar a la capital, tomábamos la guagua, el autobus, para desplazarnos. El valor del trayecto dependía de la distancia, podía ser de 60, 70 u 80 céntimos de peseta, que era la unidad monetaria por aquellos viejos tiempos.

Una vez quisimos ir al Parque Santa Catalina y pagamos 70 cts. por error. Cuando llegamos a la playa de Las Alcaravaneras, el cobrador nos interpeló:

-Muchachos, se tienen que bajar. Si quieren seguir, deben pagar de nuevo.

Y como nosotros no queríamos abonar otro billete, nos bajamos. Estuvimos caminando una eternidad, parecía que no íbamos a llegar.

En el parque Santa Catalina conocimos a un personaje muy popular que ha quedado casi como un mito en la ciudad, a Lolita Pluma.


Andres el Ratón

Y en nuestros paseos por Triana conocimos a otro personaje no menos popular que la anterior, a Andrés el Ratón. Un señor enorme que siempre iba adornado con innumerables medallas.

La zona de Triana, pasando por el Puente de Palo y por el de Piedra, ya desaparecidos desde hace muchos años, hasta llegar a la catedral y la Plaza de Sta. Ana, era nuestro trayecto preferido para pasear.