lunes, 24 de agosto de 2009

Gran Canaria. ¡Qué bella es mi tierra!

El Parque Natural Tamadaba abarca parte de los municipios de Artenara, Agaete y La Aldea de San Nicolás.
Se extiende desde la cumbre hasta el mar. Destacan los Macizos Altavista-Tirma y el de Tamadaba.
Los acantilados de Faneque y Andén Verde besan el mar isleño con amorosa devoción
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Imponente macizo que besa el mar y acaricia el nítido cielo isleño
sinfonía de montañas que nos seduce con su mágica música.
Nuestra alma acaricia cada piedra, cada barranco y cada ladera
nos deslizamos suavemente por los imponentes acantilados
como lo hace un niño en los brazos de su amorosa madre
y llegamos a las cálidas y límpidas aguas que nos refrescan y acarician
nos bañamos y nos sumergimos hasta tocar el sagrado fondo marino
jugamos con los peces de colores que adornan nuestro mar
y quedamos extasiados ante la maravillosa obra de la Naturaleza.
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Es una magnífica basílica adornada con bellas estructuras pétreas
el templo donde se guarda toda la existencia de un pueblo noble
la catedral erigida en honor a los canarios de todas las épocas y lugares
el almogarén donde los aborígenes realizaban sus rituales y observaban el cielo
es el más grande y esplendoroso regalo que recibimos los isleños.
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Navegamos en el ferry en dirección a la isla hermana de Tenerife
y observamos a lo lejos los extraordinarios Macizos adornados por el mar azul
y que en suave declive acarician y besan el sublime mar por la Punta de La Aldea.
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Bella mi tierra, bellas mis montañas y barrancos, bello el sentir isleño.
Esta maravillosa obra del Creador la llevo prendida en mi retina y en mi alma
me acompaña dondequiera que me encuentre, es mi eterna compañera de viaje
la que me consuela, la que me sonríe y la que me atrae hacia sus brazos
cada vez que sueño y pienso en ella, y muero si estoy lejos de su esencia.
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Foto Juan Antonio
Junio 2009

miércoles, 19 de agosto de 2009

La Plaza de mi pueblo (Aldea de S. Nicolás)


Hermosa Plaza
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aviva mis recuerdos
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en mi soledad.

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Foto: FEDAC
Plaza de La Aldea de San Nicolás y procesión.
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La Plaza de mi pueblo, lugar entrañable donde jugábamos de pequeños, fue derribada y sustituida por una moderna. Lo mismo sucedió con la hermosa y antigua iglesia.
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No sabían los gobernantes de aquella época que tanto la iglesia como la plaza eran iconos del pueblo que componían las raíces y la historia colectiva del pueblo.
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Pobres gentes. Ellos creían que se podía comenzar a elaborar la nueva historia del pueblo de la nada.
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Pero no importa, ambas quedan en nuestra alma como tesoros que perdurarán para siempre.
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martes, 11 de agosto de 2009

La Aldea de San Nicolás: La Casa del Balcón y otras anécdotas

La Casa del Balcón, de Felisa; al lado, la casita-pensión de Maloles y, a continuación, la casa del curato, con un balconcito. (Foto tomada de la FEDAC.)
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En nuestro corto entorno, donde nos movíamos cuando éramos pequeños, sobresalía el balcón de la casa de Felisa. Era de madera y estaba situado justo encima de la puerta de su casa, por lo que era referencia de nuestra altura.
Al principio veíamos cómo los niños grandes saltaban y lo tocaban sin esfuerzo alguno. Nosotros, con los ojos como platos, los mirábamos asombrados, con envidia.
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Poco a poco nos fuimos aproximando hasta terminar tocándolo con la punta de los dedos. Ya podíamos considerarnos de los grandes. Entonces nos fijábamos en los pequeños que se esforzaban por tocarlo, pero aún estaban un poco lejos de conseguirlo.
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¡Cómo es la vida! Todo es relativo.
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Foto actual de la casa del balcón. Foto de Yeyo Gil. (http://yeyo.lacoctelera.net/).
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En nuestro camino hacia la escuela de don Juan Márquez, a la que asistía, a la Plaza, lugar de juegos y paseos, y a la iglesia pasábamos ineludiblemente por “La Casa del Balcón”. A veces nos parábamos a esperar a los amigos en el poyito que se encontraba en un recodo de la esquina de la casa. Allí jugábamos a la “levantada” de “estampas” (cromos). O era lugar de descanso o de charla con los amigos.

Ese poyito ya es historia, puesto que tuvieron que desaparecerlo, ya que algunos malintencionados le daban otro uso poco decoroso, pero para los que no lo conocieron, lo pueden observar en la primera foto.

Un vecino me contó que en la casita que se observa entre la casa de Felisa y la del curato existía una pensión, a finales del S. XIX, regentada por Maloles y que un extranjero que se hospedaba en ella fue asesinado para robarle, cuando se dirigía a pie hacia la capital de la isla.
Un poco más hacia abajo se encontraba la casa que fue del famoso cura Vicente, ya tratado en algún post anterior.

Una anécdota que me contó mi padre, que vivía en esa casa también de joven, fue la siguiente:

El Sr Obispo, Monseñor Pildain y Zapiain, se encontraba de visita en casa del cura Vicente. Un día de madrugada un gato empezó a maullar y era tanto lo que incordiaba que el Obispo se levantó en calzoncillos para espantarlo. Mi padre también hizo lo mismo en calzoncillos, pero dice que el Obispo no se percató de su presencia.

Otra anécdota fue que una vez se encontraban almorzando en la cocina mi abuela María, su hija Hortensita y las personas de servicio, cuando bajó del segundo piso el Obispo, que ya lo había hecho con el cura Vicente, y poniéndose las manos en jarra exclamó: ¡Vaya banquete!

Por debajo de la casa del cura Vicente vivía Farero, tío de Micaela la de la Placeta. Su ideología era de izquierdas, contraria a la de su vecino el sacerdote. A pesar de eso, cada día se echaban sus grandes parrafadas, pues eran muy amigos.

Un día le avisan que su amigo Farero había fallecido. El cura se apresuró y llegó a la casa del difunto y tomándole el pulsó, exclamó: Todavía no ha muerto, por favor, salgan de la habitación. Así lo hicieron todos.
Al cabo de un rato sale el cura Vicente y dijo: Acaba de morir.
Ocurría en aquellos tiempos que la Iglesia Católica tenía una norma que era que si alguien moría sin confesar tenía que enterrarse sin acompañamiento del sacerdote en una esquina del cementerio. Y él no iba a permitir que a su amigo se le diera esa clase de sepultura.

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