domingo, 21 de noviembre de 2010

La Aldea de San Nicolás: Historias de viejos guardias forestales

Margarito, sentado, y mi abuelo Juan Hernández Medina (1880 - 1959), de pie.



Los guardias forestales de Inagua, Pajonales, Ojeda y Tamadaba tenían pocos medios para el cuidado y conservación de dichos pinares. Las autoridades no se preocupaban de los bosques de las islas y gracias a que algunos periódicos dieron la voz de alarma e hicieron campaña para su conservación, a principios del S. XIX, las instituciones empezaron a tomar medidas.
Al final de esa centuria y primer tercio del XX algunos aldeanos necesitados subían a buscar leña para hacer carbón y obtener unas monedas para subsistir, pues era una época de hambre y miseria. Margarito era el guardia forestal de Pajonales y Juan Hernández Medina lo era de Inagua. Algunas veces estos de forma irresponsable permitían a sus vecinos y amigos recoger la leña porque sabían del precario estado de sus economías. Una vez fueron unos pobres aldeanos a recoger leña y por medio del humo fueron localizados por la Guardia Civil. Aquéllos, al verlos llegar desde lejos, se escondieron en una cueva secreta debajo de un peñasco. Los agentes se subieron a él y desde allí otearon el horizonte sin ver a nadie, al final comentaron:
-Vámonos que los maleantes ya se marcharon.
Los aldeanos escucharon la conversación callados y contentos de no ser descubiertos y al final pudieron regresar al pueblo sin más problemas.

                                                         Pinar de Inagua. Foto Juan - Josune

Cierto día se murió un pariente de uno de los guardias y decidieron transportarlo a San Bartolomé de Tirajana. Lo estuvieron cargando hasta Ayacata, pero allí empezó a llover a cántaros. Esperaron un buen tiempo a ver si escampaba, pero como no amainaba la lluvia decidieron continuar la marcha hasta el pueblo.
-Dejaremos al muerto en esta cueva y ya volveremos a recogerlo cuando mejore el tiempo- dijeron.
Llegaron a San Bartolomé, comieron y descansaron y al fin salió el sol radiante, por lo que volvieron a recogerlo. Mientras tanto, uno que había ido a recoger leña, al ver que llegaban los guardias se escondió en la cueva oscura, sin ver al muerto. Al poco llegaron a la puerta los guardias y desde el fondo del habitáculo escucharon a grito pelado:
-Coño, ¡para buscar a uno hacen falta tantos guardias!
Al escuchar esto, los agentes salieron corriendo despavoridos.
-¡El muerto habló! ¡El muerto habló!
Al rato, cuando se les quitó el susto, volvieron y allí estaba el muerto, bien muerto.
Más tarde se enteraron lo que había sucedido y les vino el alma al cuerpo.

lunes, 15 de noviembre de 2010

La Aldea de San Nicolás. ¡Unos billetes para la iglesia, por favor!


El Gobernador Civil, don Antonio Avendaño Porrúa, ante el micrófono; a su derecha, don Federico Díaz Bertrana, Presidente del Cabildo de Gran Canaria; don José Perera, coadjutor; don José Rodríguez Marrero, Alcalde de La Aldea y don Miguel López, cura párroco.

En La Aldea se estaba construyendo la iglesia nueva por los años 60 y los curas, don Miguel y don José, se afanaban en conseguir el dinero necesario para tal fin. Con motivo de la visita de las autoridades nacionales y provinciales al pueblo, para hacer el seguimiento de la construcción de las presas, don José Perera pensó que era el momento de recaudar importantes fondos. Así que cuando estaban reunidos, sacó su gorrito y lo pasó a modo de cepillo. Al llegar al Ministro de Obras Públicas, don Jorge Vigón, éste muy serio le dijo: ¡Primero vamos a llenar la barriga, luego veremos los asuntos de Dios!

No obstante, el cura siguió con su acción y consiguió unos buenos billetes para la iglesia.

martes, 2 de noviembre de 2010

La Aldea de San Nicolás: ¡Me da miedo El Andén Verde!


Miguel desarrollaba una labor en La Aldea que le exigía estar en lugares lejanos, con poco margen de tiempo para desplazarse. Por ese motivo decidió adquirir un coche, a pesar que le tenía pánico a la conducción. Se fue a la capital y se lo compró. Cuando regresaba por el Andén Verde, vio que venía un camión, y era tanto el pánico que le producían sus acantilados que se arrimó a la montaña, a su izquierda, contraviniendo las normas de circulación. Al pasar, el chofer del camión paró para increparle, pero al verlo, exclamó con respeto: -Pero don Miguel ¡es usted! -Sí, hijo mío, tomé mi izquierda por temor a caer por el precipicio, y quiero llegar vivo para decir misa en La Aldea.




Juan Antonio Quintana
 
 
Foto 1: Francisco Suárez Moreno (Carretera que se ve con protección y más ancha que cuando tuvo lugar esta historia.)
Foto 2 : Alicia Julián



Historia de don Miguel López,
cura de La Aldea por los años 60.