miércoles, 31 de marzo de 2010

Fiestas de La Aldea: En busca del globo


En nuestro pueblo la vida transcurría plácidamente, sin muchos cambios. Íbamos al colegio y cuando salíamos nos dedicábamos a jugar al fútbol, y al anochecer a la cogida, al escondite y a otros juegos infantiles.

A finales de junio nos daban las vacaciones, con lo que el tiempo para jugar y pasarlo bien con los amigos no tenía límites.

Cuando ya se aproximaba el mes de septiembre, se olía a lo lejos las Fiestas Patronales del municipio. Los empleados municipales, entre los que se encontraban Liro y Antonio, empezaban a colocar las banderas, colgándolas de una cuerda amarrada a las casas a uno y otro lado de la calle. Días antes todos los vecinos pintaban sus casas y mandaban a confeccionar ropa nueva para lucirla el 8 de septiembre, día de San Nicolás de Tolentino.
A partir del día de la colocación de las banderas siempre se celebraban juegos, exposiciones y demás actos que hacían que fuera subiendo el ambiente festivo.

Entre las actividades desarrolladas siempre me gustó mucho el lanzamiento de globos que realizaba la organización de los festejos, por lo que yo estaba muy pendiente para entrar en acción. El premio era apoderarse del globo una vez que tocara tierra y nos hacía mucha ilusión adueñarnos de él.

Un vez que lo lanzaban corría la voz como la pólvora y todos nos lanzábamos detrás de él. Los que participábamos éramos muchachos de buena condición física, puesto que la mayoría jugábamos al fútbol. Cuando nos encontrábamos con nuestros amigos iniciábamos el diálogo:
-¿Adónde crees que se dirige?- preguntaba uno. – Yo creo que va en dirección al Pinillo- contestaba otro.
-No, yo pienso que va hacia El Molina de Agua.

Mientras tanto nosotros atravesábamos fincas, con los tomateros secos en el suelo, pues hacia tiempo que había acabado la zafra, saltábamos muros de piedra, o fuertes, que se utilizan para protegerlas del barranco, o teníamos que dar una vuelta grande si había cercados infranqueables.

-Por allí llegan los chicos del Barrio que vienen también a por el globo- exclamó uno de nuestros amigos- Y por allá llegan los de Los Espinos.

Mientras tanto el globo se dirigía hacía Los Cercadillos. Se nos hacía difícil seguirlo. A la altura que volaba tomaba mucha velocidad.

-Mira, gritó otro, se va a perder detrás de Risco Prieto.

Efectivamente, el globo traspasó las montañas y nos quedamos, un año más, sin poder atraparlo.

-No importa, dijimos al unísono, el próximo año lo lograremos.

Y así, año tras año, iniciábamos la aventura de capturar el globo.

No obstante nuestra decepción, aprovechábamos para hacer una guerra de tomates, con los que habían dejado por inservibles en las fincas después de la zafra.

Aunque no conseguimos nunca el globo, lo pasábamos en grande corriendo en su busca, en competencia con los muchachos de otros barrios del pueblo.
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Foto tomada de la Red

martes, 9 de marzo de 2010

La Aldea de San Nicolás. Antoñito Quintana: Cuentos y anécdotas de camioneros

Antoñito Quintana era un enamorado de la conducción. Desde niño aprendió a conducir el camión de su padre. Me contaba que siendo muchacho lo manejaba en segunda velocidad durante todo el camino, cargado de tomates, hacia El Muelle de La Aldea, puesto que aún no sabía emplear las otras marchas.

Siempre que conducía iba cantando distintas canciones. Una de sus predilectas era El Milagro de San Antonio. Esta canción se me ha quedado grabada en lo más profundo de mi corazón.

El milagro de San Antonio

Divino Antonio precioso suplícale al Dios Inmenso
que por tu gracia divina alumbre mi entendimiento,
para que mi lengua refiera el milagro
que en el huerto obraste de edad ocho años.

Este niño fue nacido con mucho temor de Dios,
de sus padres estimados y del mundo admiración.
Fue caritativo y perseguidor
de todo enemigo con mucho rigor.

Su padre era un caballero cristiano, honrado y prudente,
que mantenía su casa con el sudor de su frente,
y tenía un huerto donde recogía
cosechas y frutos que el tiempo traía.

Por la mañana un domingo como siempre acostumbraba,
se marchó su padre a misa, cosa que nunca olvidaba.
Le dijo: “Antoñito, ven aquí, hijo amado,
escucha que tengo que darte un recado.

Mientras tanto yo esté en misa buen cuidado has de tener,
mira que los pajaritos todo lo echan a perder.
Entran en el huerto, comen el sembrado,
por eso te encargo que tengas cuidado.”

Cuando se ausentó su padre y a la iglesia se marchó
Antonio quedó cuidando y a los pájaros llamó:
“Vengan pajaritos no entrar en sembrado
que mí padre ha dicho que tenga cuidado.”

Por aquellas cercanías ningún pájaro quedó
porque todos acudieron cuando Antonio los llamó.
Lleno de alegría San Antonio estaba
y los pajaritos alegres cantaban.

Al ver venir a su padre a todos les mandó callar
llegó su padre a la puerta y comenzó a preguntar:
“Dime hijo amado, ¿ qué tal Antoñito?
¿has cuidado bien de los pajaritos?”

Antonio le contestó: “Padre, no tenga cuidado
que para que no hagan mal todos los tengo encerrados”.
Su padre al ver milagro tan grande
al señor obispo trató de avisarle.

Y acudió el señor obispo con todo acompañamiento
quedando todos confusos al ver tan grande portento.
Abrieron ventanas puertas a la par
a ver si las aves se quieren marchar.

Antonio les dijo a todos: “Señores, nadie se alarme,
los pájaros no se marchan hasta que yo no les mande”.
Se puso en la puerta y les dijo así:
“Vaya pajaritos, ya podéis salir.

Salgan cigüeñas con orden, águilas, grullas y garzas,
avutardas, gavilanes, lechuzas, mochuelos, grajas.
Salgan las urracas, tórtolas, perdices,
palomas, gorriones y las codornices.

Salga el cuco y el milano, burlapastor y andaríos,
canarios y ruiseñores, tordos, bífaros, y mirlos.
Salgan verderones y las cardelinas,
las cucurujadas y las golondrinas”.

Al instante que salieron todas juntitas se ponen
a escuchar a San Antonio para ver lo que dispone.
Y Antonio les dijo: “No entrar en sembrado,
marcharos por montes, ricos verdes prados”.

Y al tiempo de alzar el vuelo cantan con dulce armonía
despidiéndose de Antonio y toda su compañía.
Antonio divino por su intercesión
todos merezcamos Eterna Mansión.


También cantaba, cuando le acompañábamos sus hijos, "Estando el Señor don Gato" o algunas de la Guerra Civil, que solían cantarla en el frente.

Estas canciones nos acompañaban, pues yo siempre aprovechaba para ir con él en el camión, cuando no tenía clase, en las subidas a la Presa El Caidero de la Niña, ya que él trabajo allí durante varios años hasta que se terminaron las obras, o en los distintos trabajos en el pueblo.

También tuvimos varias experiencias inolvidables. Cierta vez se le paró el camión, cuando regresábamos de la presa, en las curvas - precipicios que se encuentran antes de llegar a Cho Faracás. Se quedó el vehículo al borde del precipicio, por lo que tuvimos que volver a las casas de la presa para pedir ayuda a un cuidador que llamábamos "El Málaga", que aunque había nacido en esa ciudad andaluza, se había establecido en un pueblo de las cercanías de Bilbao. Tuvieron que darle con la manivela para que retrocediera, con el fin de poder continuar la marcha hacia el pueblo.

Muchas veces se quedó averiado en el camino de la presa. Recuerdo una vez, en que volvíamos a casa caminando, y tenía tanta hambre que le pregunté a mi padre : -¿Qué te gustaría comer cuando lleguemos a nuestra casa? Y el me contestó: -Una rica tortilla de papas. La boca se me hizo agua.

Otra vez se le rompió el motor en vísperas de Reyes. Mi madre, mi hermana Marisa y yo recogíamos la tienda después de tanto alboroto con las últimas ventas, y preparábamos los zapatos para que, cuando pasaran los Magos, nos dejaran los juguetes, mientras espérabamos impacientes la llegada de mi padre. Por fin apareció, cansado y con ganas de comer, a las tantas, acompañado por una caña que le servía de apoyo.

Trabajó también muchos años transportando cajas de tomates hacia el Muelle de la capital, Las Palmas de Gran Canaria. Una vez me contó que iba echando un pique con otro camionero, camino de La Aldea, y en La vuelta del jábón se encontró su compañero con otro camión que venía del pueblo, de tal forma que para esquivarse mutuamente tomaron el lado izquierdo de la carretera. Entonces los dos compañeros se bajaron y comentaron al unísono: -¡Coño, escapamos de manganilla!

Mi padre siempre iba provisto con comida para estar prevenido ante cualquier avería, especialmente plátanos, manzanas, peras, o frutas del tiempo, pan y agua. Y más de una vez invitaba a otros camioneros que se encontraban con el camión averiado y sin provisiones.

Una vez don Juan Márquez le invitó, como chófer, a hacer un viaje por España y por el extranjero. Pero tuvo que declinar la invitación, puesto que tenía que reconstruir El Arenal, después de que el Barranco Grande, en una crecida, lo dejara destruido totalmente.

Otras muchas anécdotas me contó, entre ellas varias de la guerra, donde él sirvió como chófer, pero eso lo dejaré para otro post.