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lunes, 20 de septiembre de 2010
La Aldea de San Nicolás: Fotos para el recuerdo (1)
Foto de mi padre, Antoñito Quintana, de corbata negra, con los medianeros, acompañados por la familia de éstos.
En Castañeta siempre hubo muy buenos medianeros, pero los más recordados eran Nicolás y Alberta, y Pepe y Amelia. Los considerábamos como de la familia, pues estuvieron laborando allí durante muchos años. Eran gente muy trabajadora y cariñosa. Como buenos campesinos obtenían de la tierra, además de la cosecha de tomates, gran cantidad de verdura y fruta de toda clase. También contaban con algunas vacas y cabras que nos proporcionaban buena leche y cabritos con los que celebrábamos las Navidades y fiestas importantes. Cuando mi padre organizaba algún viaje a Las Palmas de Gran Canaria, le proveían de todo lo que hubiera en la finca para repartirlo entre la familia de la capital.
Mi padre se pasó aquellos años trabajando, además de para pagarnos la carrera a sus hijos, para comprar los celemines que pertenecían a los otros herederos del Cura Vicente, con el fin de ampliar la finca. Esto cuando no había que arreglar El Arenal que se lo había llevado el Barranco Grande en sus crecidas imparables; entraba por la finca de José Sosa e iba arrasando todo hasta llegar a la de mi padre, para continuar por la de tití Daniel.
Emocionantes las veces que corría el barranco y, cuando ya portaba menos caudal, cruzábamos por las saltaderas que eran unas grandes piedras que habían colocado al efecto. Cuando ya éramos muchachos, lo hacíamos a la carrera.
Una vez quise ayudar a una señora con algunos paquetes a cruzarlo, pero perdí pie y casi me lleva la corriente barranco abajo. Un día Carmita Afonso hizo el siguiente comentario en el colegio: ¡Alguien se quiso hacer el valiente y casi se lo lleva el barranco! Yo me quedé colorado, pero me hice el desentendido.
De Castañeta recuerdo una higuera que llegaba hasta el cielo y daba cajas de ricos higos blancos. Así lo veía yo, pues era muy pequeño.
También las tuneras que plantaba mi padre que nos permitían deleitarnos con unos ricos tunos amarillos azucaraditos y jugosos y otras de tunos blancos pequeños y deliciosos.
Estos son recuerdos imborrables, pues uno jamás se olvida de lo bueno que le sucedió en su vida.
jueves, 14 de enero de 2010
Antonio Quintana Macías, luchador por la libertad y por su familia

Don Antonio Quintana Macías
caballero de serio semblante
y de una recia personalidad
con fuerte arraigo en sus gentes
y en su amada patria chica,
La Aldea de San Nicolás.
Surcó el inmenso Atlántico
a la tierna edad de ocho años
acompañando a un tío
en busca de su porvenir
y el de su familia aldeana.
Llegó a la isla de Cuba
y con su trabajo y personalidad
logró adquirir una hacienda
y trabajarla con el sudor de su frente.
Amigo de los cubanos y de los españoles
se llevaba bien con todos
y no quería entrar en guerra
hasta que le quemaron su propiedad
y se hizo comandante del ejército cubano.
Volvió a su Aldea con dinero
para comprar tierras y almacenes.
Era hombre que se hacía respetar
y nadie osaba subírsele a las barbas
luchando contra los aprovechados y truhanes
y contra la Casa Nueva, propietaria impenitente
de parte de las tierras aldeanas.
Fue a Madrid a conseguir apoyos en el Gobierno
pero la Revolución lo devolvió a Canarias
sin haber conseguido lograr su objetivo.
Pero luchó hasta el fin, junto al valeroso pueblo aldeano
hasta conseguir que el Ministro Galo Ponte
representante del Gobierno del General Primo de Rivera
devolviera las tierras al pueblo.
Dejó a su familia su amor y su ejemplo
y al pueblo su presencia con su fuerte personalidad
y con máxima autoridad moral y ética.
Mi abuelo Antonio Quintana Macías
nos legó los genes de amor a nuestra tierra
el ansia por viajar a tierras lejanas
de conocer qué había detrás de los lejanos horizontes
el afán de ampliar el conocimiento de nuevos mundos
y de crear un porvenir para su familia.
Vaya mi recuerdo y mi admiración
por el hombre de recio carácter
que ayudó a forjar la historia de nuestro pueblo
junto con otros distinguidos aldeanos
caballero de serio semblante
y de una recia personalidad
con fuerte arraigo en sus gentes
y en su amada patria chica,
La Aldea de San Nicolás.
Surcó el inmenso Atlántico
a la tierna edad de ocho años
acompañando a un tío
en busca de su porvenir
y el de su familia aldeana.
Llegó a la isla de Cuba
y con su trabajo y personalidad
logró adquirir una hacienda
y trabajarla con el sudor de su frente.
Amigo de los cubanos y de los españoles
se llevaba bien con todos
y no quería entrar en guerra
hasta que le quemaron su propiedad
y se hizo comandante del ejército cubano.
Volvió a su Aldea con dinero
para comprar tierras y almacenes.
Era hombre que se hacía respetar
y nadie osaba subírsele a las barbas
luchando contra los aprovechados y truhanes
y contra la Casa Nueva, propietaria impenitente
de parte de las tierras aldeanas.
Fue a Madrid a conseguir apoyos en el Gobierno
pero la Revolución lo devolvió a Canarias
sin haber conseguido lograr su objetivo.
Pero luchó hasta el fin, junto al valeroso pueblo aldeano
hasta conseguir que el Ministro Galo Ponte
representante del Gobierno del General Primo de Rivera
devolviera las tierras al pueblo.
Dejó a su familia su amor y su ejemplo
y al pueblo su presencia con su fuerte personalidad
y con máxima autoridad moral y ética.
Mi abuelo Antonio Quintana Macías
nos legó los genes de amor a nuestra tierra
el ansia por viajar a tierras lejanas
de conocer qué había detrás de los lejanos horizontes
el afán de ampliar el conocimiento de nuevos mundos
y de crear un porvenir para su familia.
Vaya mi recuerdo y mi admiración
por el hombre de recio carácter
que ayudó a forjar la historia de nuestro pueblo
junto con otros distinguidos aldeanos
y los que cada día forjaron nuestro destino.
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Foto de Antonio Quintana Macías
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Foto de Antonio Quintana Macías
viernes, 8 de enero de 2010
La Aldea de San Nicolás. Historias cuando se pueden contar

Las historias, cuando se cuentan, es que ha habido suerte para contarlas. Recapitulamos y precisamos algunos acontecimientos relacionados por la pérdida de vidas humanas.
Los temporales a lo largo de la historia han causado grandes destrozos y algunas pérdidas de vida. Suerte hubo ayer en Tasarte frente al suceso de 13 noviembre de 1843, cuando a los dos niños de María Viera les sorprendió un fuerte temporal en medio del barranco principal, a la altura de La Posteragua. Se guarecieron, les decía, en una piedra del mismo barranco sin percatarse de la riada que llegó al poco rato, y los arrastró, ocasionándoles la muerte. Uno de ellos, Juan Viera, de 10 años, según el registro parroquial se encontró ahogado en la playa; el otro no aparece en dicha inscripción, por lo que debió desaparecer o bien se omitió su registro. Lo cierto es que el caso se mantiene en la tradición oral y hasta hace poco tiempo subsistía, en la misma orilla de este barranco, en la Cueva del Almácigo, la cruz recordatorio.
Poco después, el 13 de diciembre de 1859, las aguas del barranco de La Aldea arrastran a Cristóbal Godoy Gil, cuyo cuerpo fue encontrado.
Y la mayor tragedia ocasionada por un aluvión tuvo lugar en Tejeda el 30 de noviembre de 1946, que arrasó con una casa de familia muriendo seis de sus miembros, tres de los cuales fueron encontrados en La Aldea, caso que se estudiará más adelante.
Otra historia es la de daños materiales en fincas y casas por riadas de nuestros barrancos o la de estar nuestro municipio más de una semana incomunicado, en tiempo de zafra, sin poder sacar hacia el Puerto de La Luz la producción tomatera. Todo no se puede contar de una vez.
En La Aldea de San Nicolás a 22 de diciembre de 2009.
Autor: Francisco Suárez Moreno. Cronista oficial de La Aldea de San Nicolás.
Ha publicado muchos libros entre los que destaca "El pleito de La Aldea: 300 años de lucha por la propiedad de la tierra."
Artículo publicado en ARTEVIRGO:
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