jueves, 27 de noviembre de 2008

Mi amor platónico

Hay amores que son para toda la vida. Otros que se van quedando en el camino por diversas circunstancias.

Yo tuve un amor platónico que marcó mi niñez y mi adolescencia.

Ella era una preciosa niña de ojos azules, tez muy blanca, sonrisa angelical y vestidos de princesa.

Los primeros recuerdos son de sus visitas a mi casa, a jugar con mis hermanas, tal vez tendríamos tres o cuatro años. Lo hacía con frecuencia, pues era una vecina muy cercana. Sin embargo, yo me dedicaba a jugar al fútbol.

A esa edad nos metimos una vez en un armario y, tomados de la mano, nos dimos un besito. Pasó el tiempo y yo vivía para verla, solo de lejos, pues era muy tímido.

A los siete años ella ingresó a mi misma escuela, que era solo de niños, pero su papá, que era el maestro, le cambió el nombre, de María, pasó a llamarse Mario, para que pasara desapercibida en las listas de clase.

Un año más tarde sucedió algo que me podría haber marcado para toda la vida.

En octubre, tiempo después de que habían empezado las clases, después de un largo verano, una mañana temprano, y sin mediar palabra, mi maestro, y padre de mi linda enamorada, me dio una paliza descomunal en la escuela y, para terminar, me puso de rodillas con los brazos en cruz.

Yo no sabía a qué era debido aquella tremenda agresión. Pero todo se desveló tiempo después cuando ella me comentó que se había quejado a su padre de que yo le había "dicho cosas" durante aquel verano. Lo cierto es que yo nunca supe qué fue lo que le dije, dónde, ni cuándo. Ni si fue cierto o no.

La brutal paliza no me dolió, pero me partió el alma que hubiera sido por la intervención de mi amor platónico.

Luego seguimos estudiando juntos en el Instituto de Secundaria y Magisterio. Seguía amándola, escribiéndole poemas que alguna vez los leyó y sabía que eran dirigidos a ella, pero nunca tuve el valor de hablarle y manifestarle mis sentimientos.

Con su padre siempre mantuve una cordial relación, pues el mío fue su socio y me mandaba a su casa a llevarle algo o a darle algún recado. Eso lo aprovechaba para verla y siempre mi corazón latía desbocado. Luego él y yo fuimos colegas de profesión, pero nunca se tocó el tema de la paliza, ni con ella tampoco.

Posteriormente estuve saliendo con algunas chicas y ya se me pasó ese amor tan desatinado hacía la linda niña de ojos azules.

Fue un tiempo precioso, en que entre los poemas, las miradas, el corazón desbocado y el inmenso amor que le profesaba marcaron los primeros años de mi vida.

A pesar del inmenso dolor que supone un amor de esta naturaleza...

¡Fui feliz amándola a la distancia!
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Foto Google


sábado, 22 de noviembre de 2008

Excursión a Los Palmaretes

En aquellos tiempos había un sacerdote en La Aldea de ideas modernas y de carácter abierto y dicharachero, don José Perera.

Él había reunido a unos chicos a los que preparaba para entrar en el Seminario. Pensábamos que era un grupo de elite, siempre bien vestidos, y que el cura les invitaba a merendar exquisitos manjares, nunca vistos en nuestras humildes casas.

Un día nos enteramos que se iban de excursión con él a Los Palmaretes, un hermoso palmeral con abundante vegetación, en las afueras del pueblo.

A alguno de mis amigos mayores se le ocurrió que podríamos seguirles, sin ser vistos, y que a la hora de comer les lanzaríamos flechas que se clavaran en el pan. ¡Qué imaginación infantil!

En un hermoso día de verano se reunió el grupo delante de la casa parroquial, a las 4 de la tarde, bajo un sol de justicia, y partieron.

Nosotros les seguimos a prudencial distancia para no ser vistos. Cruzamos El Barrio, el almacén de los Picos, el Molino de Viento y luego subimos la empinada y larga cuesta hasta el lugar elegido.

Cuando ellos llegaron, descansaron un rato charlando y se dispusieron a merendar.

Nosotros nos encontrábamos ocultos en el palmeral, pero no tanto, porque don José nos llamó y nos invitó a participar en el suculento banquete: bocadillos de tortilla, de mortadela, de queso, para tomar había un rico refresco y para terminar unos plátanos que sabían a gloria.

Al finalizar nos despidieron, pues ellos se disponían a realizar una actividad.


Nosotros les dimos las gracias por el trato recibido. Había sido una experiencia inolvidable.

En el camino de vuelta a casa, se me produjo una herida en la planta del pie, ya que mi zapato tenía un agujero.

Cuando llegué compungido a casa, mi madre me lavó bien el pie y me curó, y con cara de pena me dijo:

-Juan Antonio, vete a la Peletería de Manuel “el de la Sociedad”, en La Palmilla, y que te dé unos botines. Y prosiguió- Y que me lo apunte en mi cuenta.

Me dirigí hacia donde me había indicado mi madre. Me probé unos botines maravillosos, de color azul, y salí de allí más contento que unas pascuas, luciéndolos con orgullo.

Había sido un día emocionante con un final muy feliz.






Foto Google

sábado, 15 de noviembre de 2008

Nueva visita a la ciudad

Foto: Puente de Piedra y Catedral de Las Palmas de Gran Canaria

-Mañana tengo que ir a Las Palmas, ¿te gustaría acompañarme!?- me preguntó mi madre.

Yo exclamé muy feliz: ¡Desde luego, me encantaría!

Ya me imaginaba el viaje en el pirata de Paco Matoña, llegar a Camino Nuevo y tomar café con leche y unos ricos churros en la legendaria cafetería Los Ángeles. Toda una aventura para un niño pequeño que rara vez salía del pueblo más alejado de la isla.

Cuando permanecíamos unos días en la ciudad, nos alojábamos en casa de mi tío Fidel, en la calle Juan Rejón, frente al Castillo de la Luz.

Muchas veces jugaba en el parque del castillo con mi primo Fidel. Con él y sus amigos también me iba a jugar divertidos partidos de fútbol en las playas de Las Canteras y Las Alcaravaneras.

Muy cerca se encuentra el Mercado del Puerto. Allí acompañaba a mi madre a comprar pescado a Fortunata, que tenía un puesto de ricas samas. Siempre adquiría una pieza de 10 a 15 kg . Al llegar al pueblo lo freía y nos deleitábamos comiendo de él durante dos o tres días. ¡Qué delicioso era!

Por aquel tiempo en el Puerto de la Luz había un floreciente mercado pesquero, con flotas de todo el mundo. El pescado era muy económico, a unas 7 pesetas el kg, que vendría siendo actualmente a menos de 5 cts de euro. Más tarde España entregó a Marruecos el banco canario-sahariano, de abundante fauna piscícola, y, a consecuencia de esto, subió de precio vertiginosamente, con lo que no se pudo comprar nunca más tantos kgs.

Una visita obligada para los niños era La Plaza de Sta. Ana, frente a la Catedral y al Ayuntamiento, adonde se llegaba cruzando el Puente de Piedra, sobrel el Barranco Guiniguada. En esta plaza hay unas estatuas de perros, en las que los niños nos subíamos a jugar y nos solían hacer fotos como recuerdo.

Plaza de Santa Ana
Tanto el Puente de Piedra como el Barranco ya no existen, en su lugar se encuentra el Acceso a Tafira, por lo que la ciudad perdió el aire romántico que le daban, junto al Puente de Palo.

Luego, después de un largo recorrido por la carretera de las mil curvas, regresaba a La Aldea, feliz de esta nueva aventura en la ciudad.


Glosario


-Piratas. Coches particulares que funcionaban como taxis de forma ilegal y eran perseguidos por la Guardia Civil.
-Nombre de la capital: Las Palmas de Gran Canaria, aunque la gente lo denomina Las Palmas.
-Camino Nuevo: La confluencia de las calles Bravo Murillo con Perojo

-La foto de la Catedral y del Puente de Piedra es del año 1.913, pero perduró la zona sin cambios hasta el derribo de éste.

-Sobre el Barranco Guiniguada se construyó una pista de Acceso al centro de la isla.

Después de construida la circunvalación a la ciudad, se piensa derribar esa carretera para volver a contar con el barranco en su forma original. Solían plantar flores y árboles allí, pero las crecidas por las lluvias se lo llevaba todo al mar.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

¡Vayan a buscar agua!

A pesar de que el pueblo tenía un núcleo de población considerable, aún no contaba con agua corriente, cuando yo era pequeño. Por lo tanto, teníamos que abastecernos de ese líquido elemento fuera de la casa.

Recuerdo a mi mamá dando órdenes:

¡Vayan a buscar agua al pilar, por favor!

En distintas zonas del pueblo había unas llaves, colocadas en un pilar de cemento, adonde la gente se drigía con sus latones (latas grandes), con sus garrafones, con baldes y otros recipientes para abastecerse de ella.

Si nos poníamos remolones o nos quejábamos, mi madre siempre decía:

-Con lo cerca que está el pilar, si tuvieran que ir a la fuente de El Molinillo... Eso sí que está lejos.

El pilar más próximo se encontraba a unos doscientos metros de la casa. Recuerdo cómo iban las señoras a recoger el agua, con una toalla o paño en la cabeza, a modo de protección, para luego colocar el recipiente encima.

Yo sólo tengo un vago recuerdo de haber ido a buscarla al pilar con mi primo Antonio. Yo llevaba el latón al hombro, pero era tan pesado que se me cayó encima, quedándome todo enchumbado.

El agua que recogíamos en el pilar se usaba para fregar y lavar la ropa. La destinada para beber la recogíamos de un motor que la extraía de un pozo, situado a unos doscientos metros detrás de mi casa, y ésta era deliciosa.

Algunas veces visité la fuente de El Molinillo, pues era lugar de paso para ir a las presas. El agua caía directamente de una montaña próxima. Allí descansábamos y la bebíamos. Dicha fuente está situada a unos dos o tres kilómetros del centro.

Poco después instalaron las cañerías y llegó el líquido elemento a las casas. Eso fue un regalo para las señoras que siempre se esforzaban para tener abastecidas sus casas.

Foto original:www.cmasxalapa.gob.mx/cuida_agua.html

sábado, 8 de noviembre de 2008

La tienda de Purita

La tienda de Purita, mi madre, era la más popular del pueblo. Durante todo el año vendía de casi todo, pero a partir de diciembre se dedicaba casi exclusivamente a la venta de juguetes.

A principios de diciembre llegaban las grandes cajas de madera llenas de juguetes. Los niños de la casa curioseábamos en ellas para ver si percibíamos algo de su contenido, pero nos quedábamos con las ganas. Nuestra mente volaba pensando en qué novedades habría ese año.

Al día siguiente mi padre las abría, cuando mis hermanos más pequeños se habían quedado dormidos. Sólo quedábamos en pie mi hermana Marisa y yo que asistíamos con los ojos como platos, observando cómo iban sacando coches de carrera, balones, muñecas, camiones y toda clase de juguetes .

Luego procedían a colocar los precios y seguidamente mi padre extendía unas cuerdas, entre las dos estanterías. Luego amarrábamos los juguetes que quedaban colgando como estrellas en el cielo.

Ya la voz se había propagado por toda la chiquillería del pueblo:

-Ya llegaron los juguetes a la tienda de Purita.

Al día siguiente los niños se presentaban para ver los juguetes que les había quitado el sueño durante un largo tiempo.

Uno exclamó:

-Yo me pido un balón de fútbol- y para que no hubiera dudas, aclaró- ¡de reglamento!

Otro gritó decidido:

-¡Yo le pido una bicicleta!

Y una niña, que apenas llegaba a sobresalir su cabeza del mostrador, pidió tímidamente:

-¿Me puede enseñar aquella muñeca, por favor?

Un día se presentó Antonio "el Chula" y le dijo a mi padre:

-Antoñito, deme la moto que quiere mi hijo. No me deja tranquilo, ni puedo dormir, siempre está con la misma cantinela:

-Una otilla...Una otilla...Una otilla...

Y el buen señor le compró la moto a su hijo y volvió la paz a su hogar.

Una vez que los niños habían elegido su juguete, sus padres les acompañaban para verlos y saber su precio.

Unos se apresuraban a comprarlos desde el principio. Otros esperaban a mediados de mes para encargarlos y unos pocos se presentaban en los últimos días antes del Día de Reyes.

El día 5 de enero, a las doce de la noche, siempre llegaba el Sr Rodríguez, Gerente de la Comunidad Bersabé, a comprar los juguetes más caros, los que nadie había adquirido por su elevado precio. Los hijos de ese señor fueron compañeros de mis hermanos, uno de los cuales, Román, fue Presidente del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Canarias hace poco tiempo.

Hablar de la tienda de Purita era sinónimo de juguetes, de alegría, de profundos sentimientos y de grandes emociones.
Aún hoy es recordada con cariño por las personas que fueron niños en aquella época.
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domingo, 2 de noviembre de 2008

Viaje de Fin de Carrera


Al terminar nuestra carrera, con 17 ó 18 años, nos merecíamos realizar un viaje como premio a nuestro trabajo durante tanto tiempo.
Decidimos viajar a la isla de Lanzarote. Éramos tres chicos: Paquito, Juan José y yo; y ocho chicas: María, Juana, María de los Ángeles, Ana María, Fátima, Rúper y Ufe.

Los tres amigos nos dirigíamos al Puerto de la Luz para tomar el barco, que era un cascarón con un olor nauseabundo, cuando se me ocurrió comprar medio saco de pan en una panadería de la calle Juan Rejón, y una lata de mortadela Tulip en una tienda próxima.

A mis amigos no les pareció buena idea la compra que hice:

-Juan Antonio- me dijeron: ¡Para qué compras tanto pan! ¡No lo vamos a necesitar! Llevamos dinero para comer en restaurantes.

Yo les contesté:

-Nunca se sabe, hay que estar prevenidos.

Tomamos el barco a las doce de la noche. Al principio nos encontrábamos muy felices con el vaivén de la nave, pero cuando se internó mar adentro ya todo cambió. Nos acostamos donde pudimos, en las butacas, en el suelo o en alguna litera que estaba libre. Cuando nos mareábamos, teníamos los baños muy cerca, aunque el olor era tan desagradable que era peor el remedio que la enfermedad, por lo que nos provocaba vómitos nada más entrar.

Llegamos a Arrecife, la capital de la isla de Lanzarote, por la mañana. Dimos una vuelta para ir conociéndola y finalmente tomamos un taxi para llegar hasta un bungalow que nos había prestado el padre de María de los Ángeles, que se encontraba fuera de la ciudad, en La Caleta, a unos 5 kilómetros. En él sólo nos alojábamos los chicos. Nuestras compañeras se quedaban en un hostal en el centro.

Para volver a la ciudad lo hacíamos a pie, puesto que no nos podíamos comunicar con la parada de taxis para solicitar uno.

Cada día nos reuníamos con las chicas para realizar algunas excursiones como a Los Jameos del Agua, a la Montaña de Fuego y otros lugares de interés de la isla.

Un día se nos quedó la llave dentro del bungalow y tuvimos que regresar a la ciudad en busca de ayuda. Hablamos con un guardia municipal que había sido luchador de lucha canaria, él nos dijo que había sido el famoso Pollo de Arrecife. Nos comentó que la única solución era derribar la puerta o una ventana . Estábamos muy preocupados, pues no queríamos deteriorar nada del bungalow del padre de nuestra amiga.

Buscamos un hotel donde pernoctar, pero todos estaban ocupados, por lo que nos quedamos en una construcción, previo permiso del vigilante. Dormimos encima de unos bloques de hormigón. Por la mañana, nos levantamos molidos y oliendo a cemento.

Al día siguiente regresamos al bungalow con fe en que se iba a solucionar sin tener que deteriorar ningún elemento de la casa. Estuve observando detenidamente, hasta que me decidí a dar un empujón a una ventana y se abrió, por lo que dimos gritos de júbilo por haber resuelto el problema sin ocasionar ningun daño a la casa.

Otro día nos reunimos con nuestras compañeras para ir a la discoteca "El volcán". Estuvimos un buen rato pasándolo bien. Cuando terminamos, los chicos decidimos irnos a una verbena al pueblo de Tinajo.

Nos llamó mucho la atención que para invitar a una chica a bailar, primero había que pedirle permiso a su mamá y luego a ella. Y cuando terminaba una pieza, la chica volvía a sentarse y había que repetir el procedimiento tantas veces como uno quería bailar con ella.

Al fin regresamos en un taxi. Nuestro amigo Juan José tomó tantos vasos de vino que quedó en no muy buenas condiciones. Se da la circunstancia que en ese momento el vaso de vino era más barato que el de agua, y como quería matar la sed...

Un par de días antes de regresar, recibimos la visita de unos boy scouts. Ninguno tenía nada para comer y estábamos muertos de hambre. Entonces recordé el saco de pan que había comprado y la lata de mortadela. Aunque el pan ya estaba duro, nos lo comimos entre todos, junto con la mortadela, entre cantos, chistes y anécdotas. Realmente pasamos un buen rato con aquellos eventuales compañeros.

Yo les comenté a mis amigos:

-¿¡Se dan cuenta que fue buena idea el traer el saco de pan y la mortadela!?

Ellos no contestaron, sólo asintieron con la cabeza.

Al fin regresamos felices por la experiencia del viaje, y de haber visitado la hermosa isla de Lanzarote.