domingo, 5 de diciembre de 2010

Aldea de S. Nicolás: Historias de los viejos tiempos (Maestros, agricultores y exportadores)

A la derecha de la foto, con traje blanco y gafas oscuras, don Juan Márquez Ayala, y detrás, también con gafas, don Federico Rodríguez Gil, maestros de La Aldea que marcaron una época en nuestras vidas.

En los años cincuenta la vida para los niños era alegre y feliz. Nos dedicábamos a estudiar en la escuela y a jugar al fútbol con nuestros amigos en el campo de los Calixto, al lado de la Sociedad, cuyas gradas eran unas piedras donde se sentaba la gente para ver los partidos.
Desde los seis años asistí a la escuela de don Juan Márquez, en una parte de la casa de Mariquita Salomé, en la Plaza, que el Ayuntamiento alquilaba para tal efecto. Nuestro maestro era un hombre serio y poco comunicativo con sus alumnos. Por lo menos así me parecía, visto con los ojos de un niño de seis a diez años; a esa edad me matriculé en el Colegio Sagrado Corazón que estaba instalado provisionalmente en un salón del Ayuntamiento, más un pequeño y oscuro habitáculo donde antes había sido el lugar donde ensayaba la Banda de Música del pueblo, y cuando se trasladó el colegio a La Palmilla, volvió a ser el lugar donde se reunía la Orquesta bajo la batuta de Ventura Araújo. Al lado de esa habitación había un pozo donde se  podía extraer agua para beber. Si tenemos en cuenta que en ese tiempo el pueblo contaba con escasos pilares, era mérito tener agua disponible tan cerca. No obstante, el agua que llegaba no era de muy  buen sabor, por lo que había que ir a la Fuente Molinillo, en la carretera a las presas, cerca del Molino de Agua, o a Los Cascajos, al motor de seña Julia, para conseguir agua de más calidad para tomar. Ya en las casas se depositaba en unas tallas grandes y de allí nos íbamos sirviendo. Frente del pozo del Ayuntamiento estaba situado el calabozo, donde rara vez vimos que se usara para tal menester.
Don Juan llegó destinado a La Aldea y al principio no disponía de muchos recursos económicos, pero con su esfuerzo y determinación fue consiguiendo salir de la pobreza, que antes era inherente a los maestros, según el dicho: “Pasa más hambre que un maestro de escuela”. Con ese objetivo se hizo “practicante”, ATS, el cual disponía de una consulta en su casa en la calle General Franco número 39, frente a la casa de Carmita Afonso. Una vez  mi hermano pequeño vio que llevaban a Rosendo, que fue un buen central del Imperio, a su consulta por haber sufrido un accidente. Posteriormente llegó a la casa y le comentó impresionado a mi madre que Rosendo había tenido un accidente y que don Juan le había puesto una inyección "para que no vuelva", ante las risas de los allí presentes, al ver la inocencia del niño.
Más tarde abrió una tienda en el mismo lugar, regentada por su esposa. Cierto día fueron unos hombres mal encarados a comprar  de noche, y como detrás del mostrador estaba la señora con un perrazo enorme, los chicos le dijeron que por qué no guardaba el perro. A lo que ésta les contestó que no porque era el guardián de la casa. Sólo les quedó pagar y marcharse sin más.
También montó una granja de gallinas en Los Pasitos, donde asimismo poseía una finca en la que  cultivaba tomates. Cada semana enviaba los cartones de huevos en el camión de Pepe Déniz a Arucas y a la capital de la isla.
Al principio la gente lo miraba un poco preocupado, temerosos de que sufriera un accidente, pues se montaba en su moto, de poca cilindrada, ladeado a la izquierda y llegaba a su negocio en la misma posición. Y de vuelta a su casa, lo mismo. Luego pudo adquirir un coche de marca Vauxhall y ya no existía la amenaza de un inminente y posible accidente, con ese vehículo  transportaba los huevos y los repartía a sus clientes. Por los años 60 se unió con mi padre, Antonio Quintana Bautista, en la formación de una empresa receptora y exportadora de tomates, para tal fin abrieron un almacén de empaquetado de tomates, casi frente del almacén de Miguel Marrero, frente del de COAGRISÁN. Recuerdo que algún agricultor se quejó de que el encargado le había reconocido muy bajo el peso de sus cajas de tomates, a unos 10 ó 12 kg. Entonces don Juan y mi padre le pidieron explicaciones y éste les manifestó que ésa era la práctica normal en todos los almacenes. Ellos le dieron la orden de reconocer el peso exacto que tuvieran las cajas, restando los Kg de la tara, por lo que normalmente quedaban aproximadamente de 16 a 22 Kg. Lamentablemente en aquella época los agricultores y trabajadores tenían las manos atadas, con pocas posibilidades de ejercer sus derechos, en su relación con los exportadores a quienes les llevaban los tomates y en sus relaciones laborales con ellos. Recuerdo el caso de Panchito, el chófer de Manuel Ruiz que cuando se jubiló, le dijeron que se quedaba sin retiro porque su empleador no le había pagado las cotizaciones a la S.S. También fue un hecho clarificador de la situación de los trabajadores en aquella época un hecho que fue contado por el mismo encargado a mi padre. Resulta que el gerente de una Comunidad establecida en el pueblo quería echar a su empleado y como éste se negaba le puso un saco de millo en su casa. Entonces llamó a la Guardia Civil y lo denunció por robo, por lo que el trabajador se tuvo que marchar sin indemnización.
Mi padre y don Juan tuvieron una relación de respeto y consideración. Cuando hubo unas malas zafras, con grandes pérdidas, quedaron debiendo una gran suma de dinero a Tomás Rodríguez Quintana, pariente de don Juan y bajo cuya marca exportaban sus tomates. Cierta vez un señor se acercó a mi padre y le preguntó extrañado que si don Juan era familia de él. Le contestó que no. Entonces el caballero le comentó que él, don Juan, le tenía que tener mucho aprecio, pues le había defendido ante Tomás con mucha energía y determinación.
Al final el Sr. Márquez heredó unas propiedades que hicieron que ya tuviera mucha mayor solvencia económica. Podemos resumir que él fue un hombre honorable, trabajador y amante de su familia, de su esposa Encarnita  y de sus hijos Fita, Elda y Juan.
El otro maestro, don Federico fue mi profesor en el Colegio Sagrado Corazón y se dedicó también a impartir clases particulares en sus horas libres, a las cuales yo asistí durante un tiempo. Su esposa doña Carmen le ayudaba en las tareas de docencia y nos llamaba la atención que al seis le llamaba “sais”. Entonces pronunciaba “sais por sais treintaisais”. También don Federico fue un hombre honorable que aportó su trabajo y experiencia en la fundación del Colegio Sagrado Corazón de Jesús.  Él desempeñó un gran papel en la educación y progreso del pueblo, lo mismo que Carmita y don Paco.
Tuvieron dos hijos, Enrique y Joaquín. Éste último fue muy buen compañero  y una gran persona. Compartimos docencia en varios colegios durante muchos años. Poco después de celebrar su jubilación falleció repentinamente, dejando sumidos en la tristeza a su familia, amigos y compañeros. Se había casado con Toñi Pérez, también colega, y tuvieron dos hijos, Noemí y Jesús Pablo.

2 comentarios:

Soñadora dijo...

Juan Antonio, me encanta leer estas reseñas que con tanto cariño recuerdas, cada detalle lo hace especial.
besitos,

MarianGardi dijo...

Bellos recuerdos del pueblo escarpado entre montañas, La Aldea, tampoco la conozco, aunque tengo amigos de allí.
Como el maestro Paco Ramos que vive en las Palmas, pero su madre creo vive todavía en la Aldea.
Besos