miércoles, 21 de octubre de 2009

Aquella calle entrañable de mi Aldea


En primer plano la casa de la Sra. Mariquita Salomé, a continuación la sala de billar de Eduvigis, luego la tienda de la misma. Y frente de éstas, La Plaza, llamada actualmente La Plaza Vieja.

Esta pequeña calle sobrevive al tiempo en mi memoria por haber sido un lugar entrañable durante mi niñez.

Yo vivía en el número 43 de la calle General Franco, frente del Ayuntamiento y del Cine Nuevo. Para llegar a la escuela caminaba unos cuatrocientos metros.

A la izquierda de la calle se encuentra la casa de Mariquita Salomé, como la llamábamos nosotros. Ya era una señora mayor amante y defensora de su casa que no quería que los niños se la rayaran, ni ensuciaran, por lo que se enfadaba mucho con los que lo hacían.

Algunas veces los niños poco respetuosos la hacían enfadar intentando ensuciarle la acera o las paredes de la casa. Como se puede observar la casa tiene en su frontis unos ladrillos labrados muy bonitos que nos llamaban mucho la atención por ser únicos en el pueblo.

Ella había alquilado una habitación grande de su casa, que daba para la calle principal, al Ayuntamiento donde se estableció la escuela de don Juan Márquez, a la que asistí desde los seis años hasta los 10 en que me inscribí en el Colegio Sagrado Corazón, con el fin de pasar la prueba de Ingreso al Bachillerato.

Los recreos los disfrutábamos en La Plaza, en la que no faltaban los juegos de pelota o juegos infantiles tradicionales. Ya de jovencitos era el lugar donde paseábamos los chicos por un lado y las chicas por otro y, al cruzarnos, ya se establecían las primeras miradas y coqueteos. Amenizaban las tardes, con música dedicada, desde la casa de la familia de Rita, en el segundo piso, frente a La Plaza, por la calle General Franco, debajo se encontraba el bar de los Ojeda.

Años más tarde asistíamos en el mismo lugar a unas verbenas espectaculares. Recuerdo que para las Fiestas Patronales venían de la isla de Tenerife orquestas de renombre. También cuando regresó a la isla Antonio Sosa, después de haber estado durante muchos años por América, con su maravilloso clarinete tocando merengue, que era una novedad en el pueblo. Tuvo una repercusión espectacular.

En la casita pequeña y blanca del fondo se encontraba la farmacia de don José Socas López.
En esta calle se cayó mi madre, debido a que se encontraba en mal estado, puesto que la tenían patas arriba por obras, cuando nos dirigíamos a la farmacia. Tuvimos que asistir a la consulta de don Paco el médico, donde fue curada de unas heridas en las rodillas. Yo era muy pequeño y me llevé un gran susto viendo a mi madre cómo se lamentaba.


La antigua plaza fue construida a un nivel superior al actual. Tenía cuatro puertas justo en el centro de cada lado. La que daba para esta calle y la del lado contiguo, siguiendo el movimiento de las manillas del reloj, eran bajas, sólo un par de escalones. Y las otras dos eran muy altas, tal vez quince o más peldaños. Tenía un precioso kiosko en el centro con varios pilares de soporte, los cuales teníamos que regatear también, cuando jugábamos al fútbol.

La Plaza, pasados unos años, seguía siendo el lugar para jugar partidos de fútbol muy entretenidos, especialmente por la noche, cuando ya todos se habían retirado a sus casas.

Recuerdo una época en que jugaba casi todas las noches con mi primo Víctor y con Carmelo el de Panchito, el chófer de Manuel Ruiz, siendo yo unos años más pequeño que ellos. Años más tarde coincidí en la UD San Nicolás con mi primo, él jugando de portero y yo de delantero.

En la casa contigua a la de Mariquita Salomé estaba la tienda de Eduvigis, la cual tenía un salón adyacente con juegos recreativos, especialmente algunas mesas de billar y futbolines. Allí fue donde aprendí a jugar al billar, viendo cómo hacían carambolas increíbles los mayores. Posteriormente continué jugando en la sala que abrió Marcelino, el primo de mi padre y en la Sociedad, donde ya competían jugadores de gran calidad como Pedro Montesdeoca, el más completo de ellos, Antonio "el Chotis" y Antoñito Quintana, mi padre.

Siempre que vuelvo a mi Aldea revivo aquellos inolvidables momentos que me dejaron recuerdos imborrables. Me emociono al recorrer las calles de mi niñez, recordando personajes y hechos que marcaron toda mi vida.

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Fotos Juan Antonio








martes, 6 de octubre de 2009

Las muñecas están tristes, falleció Purita

Purita Hernández Medina, la de la tienda de juguetes.
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Las lindas muñecas están tristes
como los siempre alegres payasos
pero todos los juguetes del mundo
la cargan en sus tiernos y amorosos brazos.

Ella ya no puede acompañarlos
no los puede limpiar ni acariciar
ni mostrárselos a los niños
que siempre se acercaban a soñar.

La tienda no se quedará jamás vacía
está llena de recuerdos y esperanza
nadie se llevará la inmensa alegría
quedará aquí y también en lontananza.
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Purita y su tienda de juguetes fueron muy populares en La Aldea de San Nicolás porque fue la primera que se abrió, y la más completa.
Muchos de los mayores tienen un buen recuerdo de aquella tienda que para los niños de la época era como un museo donde iban a recrearse y a fantasear con cada uno de ellos.
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El domingo pasado mi hermana se encontró con un señor, que de niño llamábamos Pico, después de cincuenta años, y él le recordó cómo mi madre le había regalado una pistola que disparaba un tapón de corcho, en unos momentos en que lo estaban pasando mal económicamente.
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-Me hizo mucha ilusión. Si no es por ella me hubiera quedado sin reyes. Este regalo no lo olvidaré jamás, dijo este señor.