
Muchos aldeanos tuvieron que emigrar a Cuba y Venezuela en busca de nuevos horizontes, ya que en la isla de Gran Canaria no había trabajo, ni porvenir para los jóvenes.
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Mi padre me contó muchas historias interesantes de mi abuelo Antonio Quintana, a quien apodaban el "Indiano", tanto de su estancia en Cuba, como en La Aldea.
Él había emigrado en la segunda mitad del siglo XIX y volvió unos años más tarde.
Me contaba que había un exportador, llamado don José, de la capital de la isla, que iba a recoger tomates que cosechaban algunos agricultores de La Aldea, durante toda la zafra.
Cuando terminaba el período de recolección de la fruta, los labradores se acercaban a la capital, con la intención de cobrar. Al llegar a la oficina cada uno de ellos, don José le saludaba atentamente:
-Buenos días, ¿qué le trae por aquí?
-Vengo a cobrar- le respondía respetuosamente.
Don José, muy amable le contestaba:
-No se preocupe, voy a buscar el dinero para que usted regrese al pueblo sin dilación.
Pero pasaban las horas y don José no regresaba, por lo que el agricultor tenía que volverse cabizbajo al pueblo, con las manos vacías.
Y así sucedía una y otra vez al ir a cobrar los tomates que habían cosechado con tanto trabajo.
Un día don Antonio, el "Indiano", manifestó su decisión de ir a cobrar los tomates.
-¿Para qué vas a ir?- le preguntaban sus familiares y amigos.- Ya sabes lo que siempre hace don José . Además, hay unos asaltantes a mitad del camino que roban a todo el que pasa.
-No se preocupen, yo estaré de vuelta con el dinero.
Se fue a la ciudad y al llegar a la oficina saludó:
-Buenos días, don José. Vengo a cobrar los tomates.
-Muy bien, don Antonio, enseguida salgo y se lo traigo.
-No, don José. Usted no se ausenta de aquí- le dijo con determinación.
-Pero aquí no tengo el dinero, por lo que tengo que ir a buscarlo.
-Usted no sale de aquí. Mande a buscarlo- reiteró.
Por mucho que insistió don José, no consiguió que mi abuelo cediera a su petición. Por lo que tuvo que llamar a su esposa, que se encontraba en el segundo piso, para que fuera a buscarle el dinero.
Una vez que la esposa regresó con "los cuartos", don José le pagó a mi abuelo y le dijo:
-Por favor, don Antonio, le ruego que no le comente a nadie que usted cobró.
Él tomó de nuevo el camino de regreso al pueblo y al llegar, todo el mundo, asombrado, le preguntó:
-Pero, don Antonio, ¿cómo logró cobrar? ¿Y cómo consiguió soslayar a los asaltadores que siempre están apostados a medio camino?
-Muy fácil, les contestó mi abuelo. Cuando llegué, le dije a don José que no regresaría al pueblo sin el dinero. Y cuando pasé por donde estaban los bandidos, yo iba disfrazado de mendigo, con un saco en el hombro, con el capital dentro.- ¿Cómo iban a asaltar a un mendigo que no tiene ni para comer?
La fama de don Antonio de hombre serio y que se dejaba respetar era de todos conocida, pero es exagerado como lo pintó un fabulador que escribió un libro basado en viviencias del pueblo, en el que contaba que él se paseaba por La Aldea con un pistolón en la cintura que hasta la Guardia Civil le tenía miedo.
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Foto tomada de la Red