
Yo tuve un amor platónico que marcó mi niñez y mi adolescencia.
Ella era una preciosa niña de ojos azules, tez muy blanca, sonrisa angelical y vestidos de princesa.
Los primeros recuerdos son de sus visitas a mi casa, a jugar con mis hermanas, tal vez tendríamos tres o cuatro años. Lo hacía con frecuencia, pues era una vecina muy cercana. Sin embargo, yo me dedicaba a jugar al fútbol.
A esa edad nos metimos una vez en un armario y, tomados de la mano, nos dimos un besito. Pasó el tiempo y yo vivía para verla, solo de lejos, pues era muy tímido.
A los siete años ella ingresó a mi misma escuela, que era solo de niños, pero su papá, que era el maestro, le cambió el nombre, de María, pasó a llamarse Mario, para que pasara desapercibida en las listas de clase.
Un año más tarde sucedió algo que me podría haber marcado para toda la vida.
En octubre, tiempo después de que habían empezado las clases, después de un largo verano, una mañana temprano, y sin mediar palabra, mi maestro, y padre de mi linda enamorada, me dio una paliza descomunal en la escuela y, para terminar, me puso de rodillas con los brazos en cruz.
Yo no sabía a qué era debido aquella tremenda agresión. Pero todo se desveló tiempo después cuando ella me comentó que se había quejado a su padre de que yo le había "dicho cosas" durante aquel verano. Lo cierto es que yo nunca supe qué fue lo que le dije, dónde, ni cuándo. Ni si fue cierto o no.
La brutal paliza no me dolió, pero me partió el alma que hubiera sido por la intervención de mi amor platónico.
Luego seguimos estudiando juntos en el Instituto de Secundaria y Magisterio. Seguía amándola, escribiéndole poemas que alguna vez los leyó y sabía que eran dirigidos a ella, pero nunca tuve el valor de hablarle y manifestarle mis sentimientos.
Con su padre siempre mantuve una cordial relación, pues el mío fue su socio y me mandaba a su casa a llevarle algo o a darle algún recado. Eso lo aprovechaba para verla y siempre mi corazón latía desbocado. Luego él y yo fuimos colegas de profesión, pero nunca se tocó el tema de la paliza, ni con ella tampoco.
Posteriormente estuve saliendo con algunas chicas y ya se me pasó ese amor tan desatinado hacía la linda niña de ojos azules.
Fue un tiempo precioso, en que entre los poemas, las miradas, el corazón desbocado y el inmenso amor que le profesaba marcaron los primeros años de mi vida.
A pesar del inmenso dolor que supone un amor de esta naturaleza...
¡Fui feliz amándola a la distancia!
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