En nuestro pueblo la vida transcurría plácidamente, sin muchos cambios. Íbamos al colegio y cuando salíamos nos dedicábamos a jugar al fútbol, y al anochecer a la cogida, al escondite y a otros juegos infantiles.
A finales de junio nos daban las vacaciones, con lo que el tiempo para jugar y pasarlo bien con los amigos no tenía límites.
Cuando ya se aproximaba el mes de septiembre, se olía a lo lejos las Fiestas Patronales del municipio. Los empleados municipales, entre los que se encontraban Liro y Antonio, empezaban a colocar las banderas, colgándolas de una cuerda amarrada a las casas a uno y otro lado de la calle. Días antes todos los vecinos pintaban sus casas y mandaban a confeccionar ropa nueva para lucirla el 8 de septiembre, día de San Nicolás de Tolentino.
A partir del día de la colocación de las banderas siempre se celebraban juegos, exposiciones y demás actos que hacían que fuera subiendo el ambiente festivo.
Entre las actividades desarrolladas siempre me gustó mucho el lanzamiento de globos que realizaba la organización de los festejos, por lo que yo estaba muy pendiente para entrar en acción. El premio era apoderarse del globo una vez que tocara tierra y nos hacía mucha ilusión adueñarnos de él.
Un vez que lo lanzaban corría la voz como la pólvora y todos nos lanzábamos detrás de él. Los que participábamos éramos muchachos de buena condición física, puesto que la mayoría jugábamos al fútbol. Cuando nos encontrábamos con nuestros amigos iniciábamos el diálogo:
-¿Adónde crees que se dirige?- preguntaba uno. – Yo creo que va en dirección al Pinillo- contestaba otro.
-No, yo pienso que va hacia El Molina de Agua.
Mientras tanto nosotros atravesábamos fincas, con los tomateros secos en el suelo, pues hacia tiempo que había acabado la zafra, saltábamos muros de piedra, o fuertes, que se utilizan para protegerlas del barranco, o teníamos que dar una vuelta grande si había cercados infranqueables.
-Por allí llegan los chicos del Barrio que vienen también a por el globo- exclamó uno de nuestros amigos- Y por allá llegan los de Los Espinos.
Mientras tanto el globo se dirigía hacía Los Cercadillos. Se nos hacía difícil seguirlo. A la altura que volaba tomaba mucha velocidad.
-Mira, gritó otro, se va a perder detrás de Risco Prieto.
Efectivamente, el globo traspasó las montañas y nos quedamos, un año más, sin poder atraparlo.
-No importa, dijimos al unísono, el próximo año lo lograremos.
Y así, año tras año, iniciábamos la aventura de capturar el globo.
No obstante nuestra decepción, aprovechábamos para hacer una guerra de tomates, con los que habían dejado por inservibles en las fincas después de la zafra.
Aunque no conseguimos nunca el globo, lo pasábamos en grande corriendo en su busca, en competencia con los muchachos de otros barrios del pueblo.
A finales de junio nos daban las vacaciones, con lo que el tiempo para jugar y pasarlo bien con los amigos no tenía límites.
Cuando ya se aproximaba el mes de septiembre, se olía a lo lejos las Fiestas Patronales del municipio. Los empleados municipales, entre los que se encontraban Liro y Antonio, empezaban a colocar las banderas, colgándolas de una cuerda amarrada a las casas a uno y otro lado de la calle. Días antes todos los vecinos pintaban sus casas y mandaban a confeccionar ropa nueva para lucirla el 8 de septiembre, día de San Nicolás de Tolentino.
A partir del día de la colocación de las banderas siempre se celebraban juegos, exposiciones y demás actos que hacían que fuera subiendo el ambiente festivo.
Entre las actividades desarrolladas siempre me gustó mucho el lanzamiento de globos que realizaba la organización de los festejos, por lo que yo estaba muy pendiente para entrar en acción. El premio era apoderarse del globo una vez que tocara tierra y nos hacía mucha ilusión adueñarnos de él.
Un vez que lo lanzaban corría la voz como la pólvora y todos nos lanzábamos detrás de él. Los que participábamos éramos muchachos de buena condición física, puesto que la mayoría jugábamos al fútbol. Cuando nos encontrábamos con nuestros amigos iniciábamos el diálogo:
-¿Adónde crees que se dirige?- preguntaba uno. – Yo creo que va en dirección al Pinillo- contestaba otro.
-No, yo pienso que va hacia El Molina de Agua.
Mientras tanto nosotros atravesábamos fincas, con los tomateros secos en el suelo, pues hacia tiempo que había acabado la zafra, saltábamos muros de piedra, o fuertes, que se utilizan para protegerlas del barranco, o teníamos que dar una vuelta grande si había cercados infranqueables.
-Por allí llegan los chicos del Barrio que vienen también a por el globo- exclamó uno de nuestros amigos- Y por allá llegan los de Los Espinos.
Mientras tanto el globo se dirigía hacía Los Cercadillos. Se nos hacía difícil seguirlo. A la altura que volaba tomaba mucha velocidad.
-Mira, gritó otro, se va a perder detrás de Risco Prieto.
Efectivamente, el globo traspasó las montañas y nos quedamos, un año más, sin poder atraparlo.
-No importa, dijimos al unísono, el próximo año lo lograremos.
Y así, año tras año, iniciábamos la aventura de capturar el globo.
No obstante nuestra decepción, aprovechábamos para hacer una guerra de tomates, con los que habían dejado por inservibles en las fincas después de la zafra.
Aunque no conseguimos nunca el globo, lo pasábamos en grande corriendo en su busca, en competencia con los muchachos de otros barrios del pueblo.
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Foto tomada de la Red