
Ayer, 19 de febrero, cambió el tiempo. Después de unos días de sol y de calor, llegó la lluvia reparadora.
Esta lluvia me hizo recordar aquellos días en La Aldea en que caía una fina lluvia, persistente, que dejaba un olor a mojado que aún hoy recuerdo con placer y mucha nostalgia.
Los olores a tierra mojada se impregnaron en mi cerebro y morirán conmigo. También quedaron aquellos colores de las hierbas, de las plantas y árboles cuando la fina lluvia los acariciaba.
Era un infinito placer el caminar y correr por los caminitos entre la hierba o entre muros de piedra resplandecientes por el agua de la lluvia.
Recuerdo a mi abuelita Eloísa que, cuando llovía, se asomaba por la ventana de la cocina, donde podía apreciar un paisaje maravilloso de montañas y, en las cercanías, fincas con cultivos de tomateros, árboles y hortalizas. Entonces, feliz, exclamaba:
-"La "begnéfica" sobre los campos!
Esta expresión ha pasado de generación en generación hasta el día de hoy. A mí me place decirla cuando llueve. Me siento muy a gusto gritándola a los vientos, recordando aquellos viejos tiempos entrañables con mi abuela.
-La "begnéfica" sobre los campos.
Cada vez que llueve se me agranda mi alma pronunciando las palabras de aquella viejita adorable que era mi abuelita Eloísa.
Ella nos defendía cuando mi abuelo o mi madre pretendían castigarnos por alguna diablura que habíamos hecho:
-No te atrevas a pegar a los niños, exclamaba protectora.
Y todo volvía a la calma, mientras nos protegía en su regazo. Nadie se atrevía a tocarnos, ante su amor y determinación.
¡Quién no tiene entrañables recuerdos de sus abuelos!